Los pósitos eran instituciones municipales, destinadas a almacenar cereales para su préstamo a los campesinos en épocas de escasez. Hoy, inexistentes ya en su uso, se recuerdan en algunos lugares como el depósito o almacén, o perpetúan su nombre de origen -Pósito- como en el caso de Cilleros.
El origen de los pósitos cuentan que fue en tiempos del imperio egipcio, cuando el patriarca José mandó almacenar en todas sus provincias grandes cantidades de trigo para los siete años de esterilidad que habrían de suceder a otros tantos de gran abundancia.
Posteriormente, este sistema fue adoptado por los romanos que comenzaron a construir este tipo de almacenes. Sobre una una estructura normalmente rectangular, se disponía un pavimento de lajas de pizarra, elevado con respecto al suelo natural mediante una cámara de aire. El edificio constaba de muros de madera o piedra y cubierta realizada a base de materiales vegetales. Sobre el pavimento de lajas de pizarra se depositaba el grano almacenado. Al existir una separación entre el citado pavimento y el suelo natural, se evitaba que la humedad malograra la cosecha. Y es que el nombre Cilleros significa "bodega, despensa o sitio seguro para guardar algunas cosas", en latín "cellarius", que deriva de la palabra "cella", que era la "Casa o cámara donde se recogían los granos", aunque para los romanos "cellarius" también era la bodega donde se hacía y almacenaba el vino, como podemos ver, el origen del nombre de nuestra población puede ser discutible. Lo que si parece claro es que posiblemente existió en el mismo lugar una villa romana, como asentamiento de un ámplio área destinado a la realización de actividades agrícolas (producción de cereales y/o producción de vino) y al almacenaje de las mismos en los cilleros.
En la Edad Media, se comenzó a generalizar el uso de los pósitos gracias a convenios de los vecinos de algunos pueblos o fundaciones particulares de personas caritativas. Después, se fueron generalizando por todas partes mediante convenios entre vecinos (Pósitos municipales) o por fundaciones pías (Pósitos píos), para precaverse contra las malas cosechas, el acaparamiento y los altos precios, y se levantaron en cada pueblo bajo el gobierno y administración de una Junta. Así quedó reflejado en la Crónica general de la Orden de Alcántara, de Torres y Tapia, donde se indicaba que en Cilleros, las primicias del diezmo se recogían en un lugar llamado pósito.
La primera legislación completa sobre los Pósitos data de Felipe II, por su pragmática del 15 de mayo de 1584, aunque no adquirieron relevancia económica decisiva hasta el siglo XVIII. Entonces, efectuaban operaciones de préstamo para la siembra y para otras faenas agrícolas, a la vez que eran centros de planificación e invertían sus beneficios en actividades de interés público (provisión de maestros y médicos, obras públicas, préstamos para el pago de contribuciones, etc.). En este sentido su obra fue muy ilustrada. La época de auge de los Pósitos se sitúa en la segunda mitad del siglo XVIII: a mediados de esa década existían 3371 pósitos municipales en toda España, con unas reservas en granos de 3. 693.699 fanegas (el 93% trigo) y en metálico 17. 030.027 reales; en 1773, aumentó el número de Pósitos municipales a 5.225, con cerca de siete millones de fanegas de grano y 42. 337.290 de reales. Existían, además, 2.865 Pósitos píos.
El edificio del Pósito de Cilleros, podemos fecharlo hacia el siglo XV o XVI, si bien a lo largo del tiempo habrá sufrido numerosas transformaciones y añadidos, posíblemente el zócalo de la base sea de un tiempo anterior . El edificio, ubicado en la esquina de la calle González Fiori y Las Angustias tiene una forma muy compacta, con fachada de dos plantas en Cantería berroqueña perfectamente labrada siendo sus vanos rectangulares, sin apenas huecos. Se remata la fachada con una moldura cuyo perfíl va alternando concavidades y convexidades, coronada por una cubierta de teja árabe. En el interior se han llevado a cabo importantes transformaciones. Accediendo desde la calle nos encontrabamos con un espacio amplio que hacía las veces de distribuidor. En el interior cabía destacar el artesonado de madera y sus paredes de piedra vista, a la planta superior se accedía por una escalinata en piedra con baranda de madera.
En 1793 los pósitos municipales se estancan, pero aumentan sus reservas. A partir de estas fechas, finales del siglo XVIII, empieza el declive de estos establecimientos benéficos, sobre todo por la intervención de la Hacienda en sus fondos para salvar la crisis financiera de Carlos IV. El intervencionismo militar en el exterior propició la caída y ruina de estas instituciones. Las guerras de finales del XVIII contra Francia primero, y junto a Francia contra Inglaterra después, ocasionaron grandes gastos que el erario público no podía soportar. Hacienda sacó dinero allí donde lo hubiera, y los pósitos enseguida estuvieron en el punto de mira del recaudador. Además de los tributos ordinarios, el Estado les exigió de sus fondos unos préstamos extraordinarios. En 1798 fueron 14 millones de reales, y en 1799 fueron 48 millones. Estos y otros préstamos realizados hasta 1808 disminuyeron sensiblemente sus reservas, ya que nunca se devolvieron. Superado el trauma de la ocupación francesa y la guerra de la Independencia, los pósitos subsistieron, pero nunca fueron lo mismo que en el S. XVIII. Su número se redujo en noventa años en 4.683. Su existencia languidecía, pero paralelamente empezaban a surgir otras fórmulas de crédito agrícola que tomaron la alternativa.
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