Estrabón fue un geógrafo, historiador y viajero de origen griego, que aprovechando la Paz romana, recorrió casi todas las tierras de la Ecúmene, tierra conocida por aquella época. Su obra magna Geografía, fechada entre los años 29 a.C. y 7 d.C., consta de 17 volúmenes de una descripción detallada del mundo tal y como se conocía en la antiguedad, y poseen un gran valor, sobre todo como testimonio, por sus propias y extensas observaciones.
El libro tercero lo dedica a Iberia, y sus datos fueron recopilados de otras fuentes, sobre todo de Posidonio, ya que Estrabón nuenca estuvo en la Península Ibérica. La minuciosa descripción de las costas peninsulares contrasta con la de los espacios interiores, mucho menos definidos. Su descripción contrapone claramente las regiones meridionales y levantinas, que habían recibido el impacto duradero y positivo de la romanización, con casi todo el interior peninsular, un territorio mucho más agreste, primitivo y salvaje, que a pesar de la conquista todavía conservaba sus formas ancestrales de vida.
Estrabón se hace eco de la extraordinaria fertilidad de las tierras del sur, sus abundantes recursos de todo tipo (agrícolas, pesqueros, minerales) y sus importantes vías de comunicación fluvial, que facilitaban el comercio. Destaca también el elevado nivel de romanización de sus habitantes, que poseen además tradiciones literarias y religiosas de gran antigüedad.
En contraste con el sur y el Levante, las regiones del norte y del interior ofrecen un panorama completamente diferente, con una topografía áspera y difícil que incluye montañas, bosques y llanuras de suelo pobre, lo cual dificulta la práctica de la agricultura tanto como las comunicaciones, favoreciendo el aislamiento de sus habitantes, cuya pobreza los había abocado al bandidaje desde mucho tiempo atrás. Estas gentes practican unas formas de vida que parecen haber quedado detenidas en el tiempo, a diferencia de las regiones meridionales y levantinas, que evolucionaron gracias a la presencia sucesiva de pueblos como fenicios, griegos, cartagineses y romanos.
Estrabón destaca las costumbres guerreras y las bárbaras formas de predicción entre los lusitanos, mediante la inspección de las entrañas de los prisioneros. Menciona la dieta de los habitantes de las montañas a base de pan de bellotas, mantequilla y cerveza, sus danzas en común, dando saltos y poniéndose en cuclillas o cogidos de la mano (en algunas de las cuales también participaban las mujeres), sus sayales negros y sus vestidos floreados, y su tratamiento de los condenados a muerte arrojándolos desde un peñasco.
Destaca extrañas costumbres como el repugnante hábito de lavarse los dientes con orina envejecida en cisternas, el hecho de dormir en el suelo o sobre lechos de paja, y la manera de dejarse el cabello largo y colgando como las mujeres.
Estas gentes desconocían costumbres civilizadas como el paseo, dado que pensaban que sólo se podía hacer la guerra o permanecer sentado, y la moneda, ya que utilizaban el sistema de trueque en los intercambios.
Algunos pueblos no poseían dioses, y otros hacían sacrificios a un dios sin nombre durante las noches de luna llena. Otros se entregaban con un insensato entusiasmo a la muerte antes que caer en manos de los romanos, y entonaban himnos de victoria mientras eran crucificados. Estrabón nos presenta así todo un muestrario de las formas de vida bárbaras de los pueblos del interior.
Centrándonos en nuestro territorio, cuenta por ejemplo como los romanos obligaron a bajar al llanos a las tribus celtas, vetones y lusitanos, que vivían en las proximidades del río Tajo habitando las montañas. Se refiere a ellos como grupos étnicos y no como un área territorial. Del río Tajo indica expresamente la anchura y profundidad, y la capacidad máxima de las naves que pueden navegar por él. De esta forma considera el territorio como próspero, potenciado por los ríos y la navegación, que además da acceso a lugares abundantes en oro. Cita como vecinos de los vetones a los vaceos, carpetanos, celtíberos , oretanos y lusitanos.
Estrabón según grabado del siglo XVI |
Estrabón se hace eco de la extraordinaria fertilidad de las tierras del sur, sus abundantes recursos de todo tipo (agrícolas, pesqueros, minerales) y sus importantes vías de comunicación fluvial, que facilitaban el comercio. Destaca también el elevado nivel de romanización de sus habitantes, que poseen además tradiciones literarias y religiosas de gran antigüedad.
En contraste con el sur y el Levante, las regiones del norte y del interior ofrecen un panorama completamente diferente, con una topografía áspera y difícil que incluye montañas, bosques y llanuras de suelo pobre, lo cual dificulta la práctica de la agricultura tanto como las comunicaciones, favoreciendo el aislamiento de sus habitantes, cuya pobreza los había abocado al bandidaje desde mucho tiempo atrás. Estas gentes practican unas formas de vida que parecen haber quedado detenidas en el tiempo, a diferencia de las regiones meridionales y levantinas, que evolucionaron gracias a la presencia sucesiva de pueblos como fenicios, griegos, cartagineses y romanos.
Estrabón destaca las costumbres guerreras y las bárbaras formas de predicción entre los lusitanos, mediante la inspección de las entrañas de los prisioneros. Menciona la dieta de los habitantes de las montañas a base de pan de bellotas, mantequilla y cerveza, sus danzas en común, dando saltos y poniéndose en cuclillas o cogidos de la mano (en algunas de las cuales también participaban las mujeres), sus sayales negros y sus vestidos floreados, y su tratamiento de los condenados a muerte arrojándolos desde un peñasco.
Destaca extrañas costumbres como el repugnante hábito de lavarse los dientes con orina envejecida en cisternas, el hecho de dormir en el suelo o sobre lechos de paja, y la manera de dejarse el cabello largo y colgando como las mujeres.
Usan vasos de madera, duermen en el suelo y, como los iberos, se lavan y limpian los dientes, tanto ellos como sus mujeres, con orines envejecidos en cisternas.
Estas gentes desconocían costumbres civilizadas como el paseo, dado que pensaban que sólo se podía hacer la guerra o permanecer sentado, y la moneda, ya que utilizaban el sistema de trueque en los intercambios.
Los vettones, cuando entraron por vez primera en un campamento romano, al ver a alguno de los oficiales yendo y viniendo por las calles paseándose, creyeron que era locura y los condujeron a las tiendas, como si tuvieran que o permanecer tranquilamente sentados o combatir.
Algunos pueblos no poseían dioses, y otros hacían sacrificios a un dios sin nombre durante las noches de luna llena. Otros se entregaban con un insensato entusiasmo a la muerte antes que caer en manos de los romanos, y entonaban himnos de victoria mientras eran crucificados. Estrabón nos presenta así todo un muestrario de las formas de vida bárbaras de los pueblos del interior.
Centrándonos en nuestro territorio, cuenta por ejemplo como los romanos obligaron a bajar al llanos a las tribus celtas, vetones y lusitanos, que vivían en las proximidades del río Tajo habitando las montañas. Se refiere a ellos como grupos étnicos y no como un área territorial. Del río Tajo indica expresamente la anchura y profundidad, y la capacidad máxima de las naves que pueden navegar por él. De esta forma considera el territorio como próspero, potenciado por los ríos y la navegación, que además da acceso a lugares abundantes en oro. Cita como vecinos de los vetones a los vaceos, carpetanos, celtíberos , oretanos y lusitanos.
Estrabón, pues, nos muestra un territorio muy diverso, que ha pasado de la barbarie a la civilización gracias a la conquista romana. Roma había terminado con las acciones de bandidaje sobre los territorios más prósperos y había impuesto por doquier las condiciones para la paz, con la reorganización del territorio, la fundación de nuevas ciudades y la construcción de grandes vías de comunicación.
Fuentes: National Geographic; Estrabón III: El territorio hispano, la geografía griega y el imperialismo romano - Domingo Plácido Suárez
Fuentes: National Geographic; Estrabón III: El territorio hispano, la geografía griega y el imperialismo romano - Domingo Plácido Suárez
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