La Orden del Temple no sólo hizo la guerra a los infieles para mantener abiertas y seguras las rutas de peregrinación a Tierra Santa. También son numerosos los conflictos armados que sostuvo contra otras órdenes de caballería y poderosos señores feudales. Sólo en raras ocasiones los templarios combatieron contra los cristianos por razones políticas. Sin embargo, fueron numerosas las veces que la Orden se disculpó ante reyes y nobles, precisamente por la violación de la norma de su Regla que les impedía alzar la espada contra otros cristianos. Ello les supuso no pocos roces con los gobernantes de la época, suavizados apenas por su constante disponibilidad como mediadores en estos conflictos feudales, en los cuales se revelaron como hábiles diplomáticos. Si nos limitamos tan sólo a los reinos hispánicos del medievo, contamos con varios ejemplos de la violenta defensa templaria de sus intereses en el siglo XIII.
Un ejemplo de enfrentamiento armado entre templarios y cristianos, tuvo lugar en tierras del antiguo reino de León, en la extremeña región de Coria. Las posesiones de la Órdenes Militares en Extremadura se habían convertido en grandes latifundios ganaderos, que generaban enormes ganancias. Las extensas dehesas alimentaban incontables rebaños trashumantes, al tiempo que eran lugar de paso de importantes vías de comunicación Norte-Sur y Este-Oeste, creadas a partir de las viejas calzadas romanas. La administración de tan fabulosos recursos creaba constantes disputas entre los Concejos ciudadanos y las Órdenes, y entre éstas mismas entre sí. Eran continuos los pleitos por el uso de montes, pastos, caminos, puentes o mercados, aunque no hay constancia de que hubiese llegado la sangre al río hasta mediados del siglo XIII.
En 1243, Cilleros y los terrenos colindantes (Moraleja, Milana y Salvaleón) estaban en posesión de la Orden de Alcántara. Dicho año, los alcantarinos intentaron impedir el cobro del “portazgo” templario mediante saqueos, en lugares próximos al castillo y puente de Alconetar: Cañaveral, Garrovillas y otros. Los daños fueron mínimos y la cosa no pasó a mayores. Sin embargo, en 1257 la competencia entre Alcántara y el Temple rompió el frágil equilibrio que había mantenido durante años. La causa fueron dos impuestos relacionados con los ganados y mercancías. La encomienda templaria de Alconetar cobraba por el tránsito de ganado y mercancías: el “portazgo”, por atravesar sus puentes, usar sus barcas y sus caminos particulares, a razón de un tanto por cabeza de ganado y vehículo. Los demás hacían lo propio, pero parece ser que los caminos más transitados habían quedado en manos del Temple. Además, la Orden restauró entre 1230 y 1257 el puente romano de Alconetar sobre el Tajo, imprescindible en la Vía de la Plata (ruta hacia Santiago de Compostela desde el Sur), con lo cual peregrinos, ganaderos y mercaderes preferían pagarles por cruzar cómodamente el río antes que hacerlo en las lentas bracas trasbordadoras de los de Alcántara. Ello, junto con la feria-mercado del pueblo de Alconetar y los peregrinos que acudían a la capilla del castillo, para venerar la milagrosa y mágica reliquia del Mantel de la Última Cena, hicieron que la presión se hiciese insoportable para la Orden de Alcántara.
Escamoteados por los sucesos anteriores, los alcantarinos se prepararon a conciencia, decididos a mermar el poderío de sus competidores. El golpe estuvo bien planeado y se hizo de forma sincronizada. A finales del verano de 1257 atacaron tres lugares fortificados diferentes para impedir que las respectivas guarniciones templarias pudiesen auxiliarse entre sí. Las víctimas fueron la aldea de Peñas Rubias y su castillo Bernardo; el pueblo de Peña Sequeros y su castillo de Nuestra Señora de Sequeros; y la villa de Benavente, con su castillo de Benavente de La Zarza. En estos tres lugares localizados entre los ríos Arrago y Erjas, en el término de Zarza la Mayor, que hacen frontera natural con Portugal, el ataque fue idéntico: asalto por sorpresa, sitiando a la guarnición en los castillos, para saquear a placer las aldeas y las granjas. Los de Alcántara actuaron con gran crueldad, dieron muerte a numerosos colonos templarios, incendiaron viviendas y edificios de labor, mataron los animales que no podían trasladar, talaron las dehesas y saquearon los graneros.
Cuando la guarnición templaria de Alconetar contraatacó, tras haberse reforzado con los mercenarios “turcoples”, arrasaron las posesiones alcantarinas, matando también numerosos peones y algunos caballeros. Además, la tropa templaria que custodiaba el puente fortificado de Alcántara cortó el paso por dichas vías para incomunicar a sus enemigos y, de paso, perjudicar a su comercio.
Aunque en octubre el rey Alfonso X convocó a las partes ante un tribunal para dirimir el pleito y depurar responsabilidades, los ánimos se calmaron tan sólo en apariencia. En 1266 los de Alcántara volvieron a la carga. Estos habían recibido el pueblo de Zarza la Mayor, pero quisieron obtener una rentabilidad inmediata de su nueva posesión e impusieron a los pobladores numerosos y elevados impuestos. La respuesta de los habitantes de Zarza no se hizo esperar: tomaron sus enseres y animales y se trasladaron en masa al vecino pueblo y castillo de Peñafiel. Allí se ofrecieron a los templarios como colonos, a cambio de protección y pagando sus cargas, que por supuesto eran mucho más bajas. Cuando la desairada Orden de Alcántara acudió a cobrar se encontró el pueblo abandonado. Sabido el destino de los desertores, el Maestre aparejó una hueste guerrera contra la aldea de Peñafiel. A pesar de que la aldea resultó saqueada e incendiada, los colonos consiguieron salvar sus vidas.
Un ejemplo de enfrentamiento armado entre templarios y cristianos, tuvo lugar en tierras del antiguo reino de León, en la extremeña región de Coria. Las posesiones de la Órdenes Militares en Extremadura se habían convertido en grandes latifundios ganaderos, que generaban enormes ganancias. Las extensas dehesas alimentaban incontables rebaños trashumantes, al tiempo que eran lugar de paso de importantes vías de comunicación Norte-Sur y Este-Oeste, creadas a partir de las viejas calzadas romanas. La administración de tan fabulosos recursos creaba constantes disputas entre los Concejos ciudadanos y las Órdenes, y entre éstas mismas entre sí. Eran continuos los pleitos por el uso de montes, pastos, caminos, puentes o mercados, aunque no hay constancia de que hubiese llegado la sangre al río hasta mediados del siglo XIII.
En 1243, Cilleros y los terrenos colindantes (Moraleja, Milana y Salvaleón) estaban en posesión de la Orden de Alcántara. Dicho año, los alcantarinos intentaron impedir el cobro del “portazgo” templario mediante saqueos, en lugares próximos al castillo y puente de Alconetar: Cañaveral, Garrovillas y otros. Los daños fueron mínimos y la cosa no pasó a mayores. Sin embargo, en 1257 la competencia entre Alcántara y el Temple rompió el frágil equilibrio que había mantenido durante años. La causa fueron dos impuestos relacionados con los ganados y mercancías. La encomienda templaria de Alconetar cobraba por el tránsito de ganado y mercancías: el “portazgo”, por atravesar sus puentes, usar sus barcas y sus caminos particulares, a razón de un tanto por cabeza de ganado y vehículo. Los demás hacían lo propio, pero parece ser que los caminos más transitados habían quedado en manos del Temple. Además, la Orden restauró entre 1230 y 1257 el puente romano de Alconetar sobre el Tajo, imprescindible en la Vía de la Plata (ruta hacia Santiago de Compostela desde el Sur), con lo cual peregrinos, ganaderos y mercaderes preferían pagarles por cruzar cómodamente el río antes que hacerlo en las lentas bracas trasbordadoras de los de Alcántara. Ello, junto con la feria-mercado del pueblo de Alconetar y los peregrinos que acudían a la capilla del castillo, para venerar la milagrosa y mágica reliquia del Mantel de la Última Cena, hicieron que la presión se hiciese insoportable para la Orden de Alcántara.
Escamoteados por los sucesos anteriores, los alcantarinos se prepararon a conciencia, decididos a mermar el poderío de sus competidores. El golpe estuvo bien planeado y se hizo de forma sincronizada. A finales del verano de 1257 atacaron tres lugares fortificados diferentes para impedir que las respectivas guarniciones templarias pudiesen auxiliarse entre sí. Las víctimas fueron la aldea de Peñas Rubias y su castillo Bernardo; el pueblo de Peña Sequeros y su castillo de Nuestra Señora de Sequeros; y la villa de Benavente, con su castillo de Benavente de La Zarza. En estos tres lugares localizados entre los ríos Arrago y Erjas, en el término de Zarza la Mayor, que hacen frontera natural con Portugal, el ataque fue idéntico: asalto por sorpresa, sitiando a la guarnición en los castillos, para saquear a placer las aldeas y las granjas. Los de Alcántara actuaron con gran crueldad, dieron muerte a numerosos colonos templarios, incendiaron viviendas y edificios de labor, mataron los animales que no podían trasladar, talaron las dehesas y saquearon los graneros.
Cuando la guarnición templaria de Alconetar contraatacó, tras haberse reforzado con los mercenarios “turcoples”, arrasaron las posesiones alcantarinas, matando también numerosos peones y algunos caballeros. Además, la tropa templaria que custodiaba el puente fortificado de Alcántara cortó el paso por dichas vías para incomunicar a sus enemigos y, de paso, perjudicar a su comercio.
Aunque en octubre el rey Alfonso X convocó a las partes ante un tribunal para dirimir el pleito y depurar responsabilidades, los ánimos se calmaron tan sólo en apariencia. En 1266 los de Alcántara volvieron a la carga. Estos habían recibido el pueblo de Zarza la Mayor, pero quisieron obtener una rentabilidad inmediata de su nueva posesión e impusieron a los pobladores numerosos y elevados impuestos. La respuesta de los habitantes de Zarza no se hizo esperar: tomaron sus enseres y animales y se trasladaron en masa al vecino pueblo y castillo de Peñafiel. Allí se ofrecieron a los templarios como colonos, a cambio de protección y pagando sus cargas, que por supuesto eran mucho más bajas. Cuando la desairada Orden de Alcántara acudió a cobrar se encontró el pueblo abandonado. Sabido el destino de los desertores, el Maestre aparejó una hueste guerrera contra la aldea de Peñafiel. A pesar de que la aldea resultó saqueada e incendiada, los colonos consiguieron salvar sus vidas.
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