Las lagaretas son  cavidades realizadas por el hombre en rocas dispersas por el campo. Son unos receptáculos labrados en granito, generalmente de forma rectangular, de unos treinta centímetros de profundidad, de longitud y anchura variable y con agujero de salida que comunica con otra cavidad más pequeña y profunda. Suelen constar  de dos o tres  recipientes. Los más frecuentes son los de dos. En la pila mayor se realizaba el pisado de la uva y a través de un agujero o bocín  se comunica con la  menor, que es donde se recogía el mosto.

El alto número de estas lagaretas posiblemente se deba a una mayor intensidad del cultivo de la vid, así como a la abundancia de granito, roca muy resistente a la erosión. Ambas circunstancias se dan en el término de Cilleros y, tal vez por ello, hay lagaretas diseminadas por todo el campo.

Algunos estudiosos las fechan a partir de época romana y sostienen que eran utilizadas para obtener el vino que necesitaban para el “gasto de la casa”. Por su escasa capacidad ha de suponerse que tan sólo cubrirían las necesidades familiares de sus propietarios, dado el carácter de la  economía de subsistencia predominante.

En algunos lugares hay una tipología de lagaretas que constan de tres partes: el piso o suelo, el pilón, y el plato. El piso es una zona plana en la parte más alta, que podía ser en la misma lancha de granito o en tierra y era el lugar donde se depositaban los racimos. El pilón era el receptáculo donde se pisaba la uva. El plato es la cavidad donde se recoge el zumo. Básicamente el mismo modo de obtención del vino que hoy, pero con medios muy rudimentarios.

Pero estas lagaretas no solo se utilizaban para producir vino; en la antiguedad también era frecuente pisar las aceitunas para obtener aceite. Algunos agricultores del campo de Valverde han estado utilizando este método hasta mediados del siglo XX. 

Metían en sacos las aceitunas, los remojaban con agua caliente y con los pies descalzos danzando sobre ellos las iban estrujando. Muchas veces tenían que ayudarse con piedras o mazos de madera elaborados allí mismo, o también haciendo una especie de torniquete con un palo en la parte superior del saco al que iban dando vueltas para que al apretarlo saliera el jugo. Así lograban  que pasara el líquido resultante del pilón al plato por el bocín y, por decantación, debido a la diferente densidad, quedara el aceite en la parte superior y debajo los residuos de agua y alpechín. El aceite era trasvasado a cántaros o damajuanas mediante recipientes más pequeños, teniendo mucho cuidado en no mezclarlos. Los residuos de los huesos, -carozo-, y de las pieles y pulpa quedaban dentro del saco, siendo utilizados como alimento para los cerdos, a veces como abono y otras como combustible. En fin, que no se desperdiciaba nada.






Fuente: La gazeta de Salamanca