Con la muerte del rey Fernando VII, su hija Isabel, con apenas 13 años, Isabel se vio obligada a ser reina. Y lo fue durante el periodo comprendido entre 1833 y 1868, cuando fue destronada por la llamada “Revolución Gloriosa”. Su abuelo y, especialmente, su padre habían dejado un reino sumido en una grave crisis institucional, social, política y económica. Durante el periodo de minoría de edad de Isabel, hasta que cumplió los trece años de edad, existieron dos periodos de regencia: la ocupada por su madre María Cristina, hasta el año 1840; y la del general Baldomero Espartero, hasta 1843. La llegada al trono de Isabel se produjo por la voluntad de su padre, Fernando VII, de anular la Ley Sálica, la cual prohibía a las mujeres el ascenso al trono. Publicó la Pragmática Sanción que derogaba la anterior, que habilitaba a una mujer a reinar si no existía heredero varón alguno. Esta circunstancia provocó el enfrentamiento con el hermano del Rey y tío de Isabel: Carlos María Isidro, quien se consideraba único legítimo para reinar, bajo la aplicación de la Ley Sálica. 

Carlos María Isidro de Borbón (Carlos V) / María Isabel Luisa de Borbón (Isabel II)

Sin embargo, pese a ser el argumento principal, tras esta auténtica guerra civil, la cuestión dinástica no era la única razón de la guerra. Podemos definir el Carlismo como un movimiento antiliberal y contrarrevolucionario que se desarrolla en España desde comienzos del siglo XIX en respuesta a las medidas puestas en marcha por Fernando VII y que continuarán con su hija Isabel II. Lo esencial en este enfrentamiento estaba en los apoyos políticos de uno y otro. Así, Carlos contaba con los grupos antiliberales y partidarios del absolutismo monárquico, el clero rural, los defensores del foralismo territorial, además del campesinado víctimas de los procesos desamortizadores que han transformado el medio rural, especialmente en el norte y este de España, la nobleza rural y algunos oficiales del ejército descontentos con la política de Fernando VII. Todos ellos veían en Isabel la desaparición de los privilegios nobiliarios, la desamortización y la supresión de las órdenes religiosas, al tiempo que defienden el monopolio de la Iglesia católica, el regreso de la Inquisición, el fin de las amortizaciones, la defensa de la foralidad, es decir, su propios sistema fiscal con menos impuestos y el rechazo a la libertad económica y libre comercio. Por el contrario, los partidarios de Isabel, llamados también cristinos por su madre, tienen su base social en las ciudades y en los sectores beneficiados por el incipiente liberalismo, tales como la burguesía, los trabajadores que han emigrado a las ciudades, la alta jerarquía eclesiástica, la alta nobleza y la mayor parte del ejército. Aquel enfrentamiento irreconciliable entre ambos sectores desembocó en fases del mismo, llamadas Guerras carlistas, llamadas así por el infante Carlos María.

La primera fase de ellas estuvo marcada por la llamada Primera Guerra Carlista (1833-1840) provocada por Carlos María Isidro y sus partidarios que, como hemos visto, se negaron a aceptar la legitimidad de la reina. Si bien Extremadura quedó un tanto al margen de los principales escenarios bélicos en los que se desarrolló la Primera Guerra Carlista, como lo fueron Cataluña, Navarra o las provincias vascas, entre otros, no cabe duda de que en las provincias cacereña y pacense también se sucedieron toda una serie de hechos (acciones bélicas, escaramuzas de las guerrillas, movimientos de tropas, etc.) que hicieron que la región no se viera libre del conflicto. 


En cuanto a la actuación de las guerrilas carlistas, cabe destacar la aparición de la primeras guerrilas genuinamente extremeñas que tuvieron como territorio de operaciones gran parte del norte extremeño: don Alonso Muñoz, don Manuel Sánchez-Matas o don Francisco Montejo, éste último natural de San Martín de Trevejo, al frente de la facción carlista en la zona de Sierra de Gata y Coria. Refugiado al otro lado de la frontera luso-española, la cruzaba frecuentemente para practicar todo tipo de razzias por los lugares cacereños que pasaba. Pese a ser uno de los guerrilleros más activos y ser continuamente perseguido, las tropas Nacionales nunca consiguieron darle caza.

El 19 de Octubre de 1837, una columna de Nacionales mandada por el Comandante General de la provincia dio alcance a la facción capitaneada por un navarro que se separó de Montejo con cosa de 60 hombres en la villa de Cilleros. Les atacaron en el pueblo de Cadalso, 4 quedaron muertos en sus calles 4, pareciendo otros 4 en el campo del reconocimiento que se hizo por la mañana, y que por los regueros de sangre se advertían muchos heridos. El mismo Comandante General contó el día antes desde Moraleja que llevaba cinco días sin dormir ni comer, persiguiendo sin descanso a los forajidos que huían hacia la Sierra de Gata; añadiendo que una columna portuguesa de 200 infantes había entrado por otro lado; que en Ciudad Rodrigo había salido otra de 200 infantes y algunos caballos, los cuales estuvieron en El Payo.

El 27 de Agosto 1839, una gavilla compuesta por unos treinta carlistas entre españoles y portugueses, al mando del rebelde Montejo, reunida al parecer en los caseríos del vecino reino de Portugal, acababa de invadir el oeste de la provincia de Cáceres. Pasando por las inmediaciones de Cilleros se dirigió a los pueblos de Moraleja, Riolobos y otros, robando y asesinando a sus pacíficos habitantes, llegando al límite de disfrutar con los lamentos de un desgraciado vecino de Ceclavín que refugiado en una casa de aquel pueblo fue presa de las llamas que atizaron.

En Septiembre de 1839, cuando ya se había producido el archiconocido Abrazo o Convenio de Vergara (31 de agosto), la guerrilla capitaneada por el serragatino Francisco Montejo se libró de ser completamente abatida en las inmediaciones de Mirabel en una refriega en la que participaron una veintena de hombres del escuadrón de Milicia Nacional Activa de Cáceres y otros tantos de carabineros, perdiendo el cabecilla carlista Montejo una veintena de hombres, 16 quedaron muertos en el campo y otros 3 fueron hechos prisioneros, 22 caballos, 2 mulas y una considerable cantidad de armas de fuego. Montejo acabó como en anteriores ocasiones refugiándose en territorio portugués.

La llamada Segunda Guerra Carlista, entre los años 1846 y 1849, fue una insurrección provocada durante la Década Moderada, ya que los carlistas eran los mayores opositores al liberalismo. El origen de esta guerra fue el fracaso de casar a Isabel II con el hijo de Carlos María, Carlos Luis de Borbón, conde de Montemolín, que había sido pretendido por algunos sectores moderados de Isabel. Sin embargo, la reina terminó casándose con el también primo suyo Francisco de Asís de Borbón, lo que provocó el enfrentamiento. Carlos María no acepta la rendición y el acuerdo de paz, prolongándose el conflicto armado unos años más. 

El 10 de Abril 1847, una facción montemolinista compuesta de treinta individuos al mando del antiguo cabecilla Francisco Montejo, entró en el pueblo de Cilleros desde Portugal, en donde había estado refugiado desde de la terminación de la Primera Guerra Carlista, en la que tuvo un papel importante, pues llegó a mandar una fuerza de trescientos hombres. Entre los detalles se cuenta que se sabía con bastante anticipación la llegada de aquella gente desde Portugal, que en su virtud la fuerza de Cilleros, que contaba con un destacamento de caballería, asociado con otro de paisanos, se dispuso a escarmentarlos. Los de Montejo se aproximaron a pocos pasos de la guardia de prevención sita en la Plaza del Ayuntamiento, quienes les dieron el "quién vive", y que dos otres disparos de la misma fueron bastantes para dispersar y poner en desordenada fuga a los de Montejo en dirección a Portugal, dejando tras de sí un mal jaco, unos zapatos y una capilla raida. Los de la guarnición de Cilleros no salieron de pueblo a perseguirlos. A raiz de esta acción el Alcalde de la ciudad de Coria puso en alerta la población, situando dos vigías en lo alto de la torre de la catedral para avisar de la llegada de guerrilleros.

La Tercera Guerra Carlista tuvo lugar entre los años 1872 y 1876, iniciándose tras el triunfo de la Revolución Gloriosa y abandono de la Corona por parte de Isabel II, ya en el Sexenio Revolucionario y se produjo tras la llegada de Amadeo de Saboya. De nuevo fueron los sectores radicales del carlismo los que participaron en ella, mientras los sectores más moderados se convirtieron en una fuerza política opositora al nuevo rey de carácter conservador. La guerra, más bien conflicto, acabará con la definitiva derrota del carlismo, ya durante los primeros años del reinado de Alfonso XII. Los generales Martínez Campos y el general Fernando Primo de Rivera, derrotaron a los carlistas en Cataluña, Navarra y País Vasco.


Fuentes: El carlismo decimonónico en el norte extremeño: una aproximación - Juan Pedro Recio Cuesta; Francisco Montejo, un carlista mañego - Chuchi del Azevo; Las Guerras Carlista (1833) - Pasajero 56; El clamor público - Miércoles 14 de Abril de 1847.