Las dificultades para advertir rasgos de estatus en las necrópolis de tumbas excavadas en roca, unidas a la ausencia de ajuares que muestren un simbolismo de poder, nos hablan de una sociedad que no mostraba sus diferencias internas a través de la inhumación, quizá porque no había una fuerte competencia interna, como sucede en otros casos, o debido a que la inversión social se centraba en otros aspectos, como las funciones militares y sobre todo la propiedad de la tierra. En este último sentido, la localización de las tumbas podría estar relacionada con mecanismos para asegurar la propiedad en una sociedad que no utilizaba el documento escrito.

Una hipótesis, sobre la que debería profundizarse, es que tales tumbas estuviesen actuando como marcadores de un espacio productivo, perfectamente visible desde ellas. La propiedad quedaba fijada en el espacio mediante una tumba, que representaba a los ancestros de quienes derivaría la propiedad, realizada sobre un material duro (granito o pizarra generalmente) que aseguraba su perdurabilidad a lo largo del tiempo. Estas tumbas debían reutilizarse constantemente, pudiendo enterrarse en ellas a varios individuos, como se comprueba en yacimientos de otras áreas peninsulares. También podrían servir como límites entre las distintas propiedades, reforzados por la presencia de los muertos, e incluso podrían estar mostrando la riqueza de un individuo –el que inicialmente fue allí enterrado– y de su familia. Mediante este recurso, una determinada familia o comunidad reflejaba y aseguraba su control sobre un espacio productivo, que, en el caso cillerano, debía orientarse preferentemente al pasto para la ganadería, sin acudir al documento escrito.

Esta hipótesis podría explicar las numerosas tumbas en pleno campo, más allá de la existencia o no de un hábitat aún desconocido. En el caso de Cilleros, la presencia de pequeños núcleos de tumbas (se cuentan hasta 20) y su localización plasmarían el control familiar sobre espacios productivos concretos, relacionados con los cursos de agua, modelo que debe haber sido el más común. Pero hay variantes, sobre todo cuando estamos ante necrópolis y no tumbas aisladas. En Navelonga, se localizan 5 formando un núcleo bastante compacto utilizando los afloramientos rocosos. La presencia de tan alto número de tumbas sugiere que estaríamos ante varios grupos familiares, que podrían componer una comunidad, la cual disfrutaría de los terrenos situados en las inmediaciones de la actual Ermita de Navelonga, de gran potencialidad como pastos, olivares, viñedos y huertos.

Todas estas interpretaciones empujan a considerar a la sociedad cillerana entre los siglos VII a XI como una sociedad campesina. Éstas pueden definirse como aquéllas en las que predomina la pequeña producción agroganadera controlada por las familias libres, sin que haya grandes acumulaciones de tierras en manos de una de ellas. Otro rasgo es que son desiguales socialmente, existiendo una diferenciación en rangos, más o menos flexibles y bastante inestables de generación en generación, de tal forma que se combina una estratificación interna y una ausencia de estatus privilegiados más allá del reconocimiento de la comunidad. Dicho estatus se basa no tanto en una masa de propiedades –si bien la riqueza relativa es un prerrequisito–, sino sobre todo en la capacidad de un determinado individuo por acumular capital simbólico mediante el ejercicio de funciones militares o sagradas.






Fuente: Iñaki Martín Viso - Tumbas y sociedades locales en el centro de la península en la alta edad media