Desde hacía muchos años se conocía en Cilleros la existencia de una angosta cueva, en la Sierra de Santa Olalla, sobre la que se formulaban toda clase de hipótesis ante la posibilidad de que encerrase vestigios humanos del pasado. Inconcretas noticias hablaban de una gran sala, con grandes probabilidades de contener pinturas rupestres, y las leyendas locales, sobre la existencia de un gran botín, el famoso tesoro de la Peña Irhal.
Un cacereño residente en Cilleros, don José Avila (Pepe Avila para los cilleranos), había invitado en más de una ocasión a un grupo espeleólogos cacereños a explorarla, y por fin, la aventura comenzó a hacerse realidad un domingo del mes de Junio del año 1970, con la participación de los aficionados cacereños a la espeleología Orencio Carrascal, Jesús Luis Blanco, Recio, Felipe Harto, junto con el citado Pepe Avila y los dueños de la finca.
La expedición no tuvo fortuna en su primer intento, pues la persona que hace unos años logró descender a la sala principal, no pudo acompañarles y por más que buscaron la entrada no dieron con ella, limitándose a explorar otras galerías secundarias, con muchas dificultades de maleza. Esta persona era un pastor de la finca, que contó como de chaval se atrevió a entrar buscando un hurón que se le había perdido y que unos 15 metros hacia adentro, a la luz de unas escobas encendidas, vió que la cueva era enormemente grande, por lo que se asustó y regresó al exterior. Sin embargo, los espeleólogos prometieron volver para una exploración definitiva cuando pudiese acompañarles el pastor, porque la empresa les resultaba muy atractiva.
Efectivamente, regresaron a Cilleros al poco tiempo; y localizaron la cueva, que tenía un complicado acceso debido a la vegetación que tapaba la entrada y a la tierra acumulada por sedimentación, por lo que en esta segunda jornada se limitaron a limpiar la entrada y sondear su primer tramo. Uno de los espeleólogos, Orencio Carrascal, se arrastró varios metros hacia el interior y vio un tejón que incluso le hacía frente, mientras que otro de ellos, Jesús Luis Blanco, escarbando en la sedimentación encontró un cráneo animal que fue entregado al catedrático don Abilio Rodriguez para su investigación, si bien nada pudieron anticipar sobre la existencia de vestigios del pasado. La existencia de la gran sala no parecía probable, por no ser terreno calizo la Sierra de Santa Olalla, pero habría que esperar a la exploración de esta cueva, que a raíz del percance sufrido, decidieron bautizarla con el nombre de La Tejonera. Ante las dificultades y la necesidad de contar con equipos adecuados, se decidió regresar el próximo sábado para acampar en sus proximidades y dedicar a su exploración todo el domingo, contando con material de espeleología adecuado.
Hasta el momento, no hay el menor vestigio del pasado, pero es firme la existencia de una corriente subterránea de agua, lo cual es otro interesante aliciente para proseguir algún día futuro con la exploración de la cueva de la Peña Irhal.
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