Hubo un tiempo en el que la elaboración del vino no se realizaba en depósitos de acero inoxidable. Tampoco en barricas de roble, fudres o tinos. Ni siquiera en tinajas. Hablamos de tiempos ancestrales cuando la recepción, el prensado, el pisado y la preparación de los mostos para la posterior fermentación alcohólica se llevaba a cabo en "bañeras" de piedra al aire libre: son los llamados lagares rupestres. Depósitos construidos directamente en medio del viñedo, normalmente en zonas escarpadas, aquellas en las que las cepas se ubican en suaves (o no tanto) pendientes y en muchas ocasiones dispuestas en terrazas o bancales.
Un lagar rupestre es, por tanto, una construcción a modo de bañera o una base de prensa esculpida en afloramientos de piedra, que servía no sólo para la elaboración de vino, sino también para otros productos como el aceite.
Los lagares o lagaretas suelen estar compuestos por una base principal o pila mayor -de forma rectangular o circular-, que sirve para la recepción y pisado de la uva. En un lateral de la pila se encuentra el bocín, un agujero por donde pasa el líquido (mosto) desde el recipiente principal hasta el pilón.
Al pilón, el mosto ya llegaba relativamente limpio, esto es, sin raspón (la parte leñosa de los racimos de uvas) y sin otros elementos sólidos. Al lado de los mismos, se ubicaba un pequeño apoyo para dejar las tinajas durante todo el proceso.
Una vez que el mosto estaba listo, las tinajas se llenaban para transportarlo de forma sencilla y continuar con la elaboración.
En la Península Ibérica, y en Cilleros en particular, aún son numerosos los puntos en los que se pueden encontrar lagares rupestres, que forman parte de la cultura, de la historia vinícola y del patrimonio de nuestro pueblo.
Fuente: Huelva información.
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