Por su ubicación fronteriza, Sierra de Gata y Cilleros en particular fue un territorio compartido por musulmanes. La población de Coria era la más importante del norte de la llamada Trasierra o Trasierra Leonesa: zona de vanguardia en la lucha contra los emires almohades. Cilleros no existía por entonces como población, sino que era un territorio diversamente poblado, con núcleo principal en la actual villa, dependiente de la población y castillo de Milana o Torremilanera, en el término de la actual Moraleja.

En esta época, Alfonso VII "el Emperador" (1105-1157) era rey de Castilla y León. Ciudad Rodrigo no estaba aún bien fortificada y sus habitantes tenían poco arraigo en ella. Cuando se enteraron de lo que se les venía encima optaron por abandonarla. Los de Salamanca, muy interesados en no perder una zona que les permitía aprovechar los pastos de, al menos, la ladera Norte de la Sierra de Gata, acudieron presurosos a defenderla, con su obispo Berengario al frente. Los salmantinos resistieron el ataque y Alfonso VII les hizo donación de la ciudad abandonada y su campo. Pero como no hay mejor defensa que un buen ataque, el emperador decidió apoderarse de una vez por todas de Coria, que desde los tiempos de Almanzor era la base de operaciones desde la que los musulmanes lanzaban sus ataques contra el reino de León. Se evitaría así y para siempre la continua presión de los almorávides sobre la cuenca del Duero. En 1138, a través de la vía de la Dalmacia (antigua calzada romana unía Ciudad Rodrigo y Coria, que discurre entre otros por los términos de Perales, Cilleros y Zarza la Mayor) se lanzó sobre la ciudad del Alagón. No había tomado la precaución de deshacer las defensas que los castillos de la Sierra suponían y fracasó en su intento. Se hubo de retirar hacia Toledo siguiendo el curso del Tajo.

Como era un hombre perseverante volvió cuatro años después, por el mismo camino por el que se había ido, y entonces consiguió su objetivo: Coria era nuevamente territorio cristiano. Después de los intentos fallidos en 1138 será el año 1142 cuando los ejércitos de Alfonso VII recuperan la medina de Coria. Según la crónica Alfonso VII lo hizo de esta guisa: “la rodeó con su campamento y ordenó a sus especialistas construir una torre de madera que sobresalía por encima de todas sus murallas, máquinas, ballestas y manteletes que empezaron a socavar los muros y torres de la ciudad (…) y después que los moabitas se vieron vencidos, pidieron treguas al rey (…) que buscarían quien los liberara por espacio de treinta días y si no, entregarían la ciudad pacíficamente”. Cuenta también la Crónica como al entrar "pusieron los estandartes reales, con la señal de la Cruz, de que siempre usó este católico monarca, en la Mezquita de los moros, la limpiaron de su inmundicia, consagrándola a Dios y a la Virgen, nuestra señora Santa María". Dos meses después de la reconquista de Coria, Alfonso VII restituye el antiguo obispado, de tiempos de San Silvestre, en la persona de Iñigo Navarrón, a quién otorga el tercio de las casas de la ciudad y de las rentas reales de la misma.

La recién reconquistada ciudad era un islote de territorio castellano-leonés unido al resto del reino por los valles del Alagón y Tajo. El Norte (Sierra de Gata) y el Sur (el mismo Tajo) eran musulmanes; el Oeste, portugués, de Alfonso I, a quien el emperador acabada de dejar que se titulase rey. Aunque la Sierra estuviese en manos musulmanas, los caballeros leoneses conservaban sus títulos de propiedad que sobre ella tenían antes de la llegada de los almorávides y deseaban reconquistarla; por eso, en 1157, el conde Ponce de Cabrera, mayordomo del emperador Alfonso VII, donó a la Orden del Hospital de Jerusalén el castillo de Trevejo; evidentemente, tal donación más que una realidad era un deseo, el deseo de que la ya relativamente poderosa Orden del Hospital llevase a cabo su conquista.

En el año 1157 moría Alfonso VII el Emperador debajo de una encina y recibiendo sus últimos auxilios de manos arzobispal-toledanas. Repartió sus reinos: el de Castilla para Sancho III y León para el joven Fernando II. Ambos acatan los deseos de su padre en un principio, pero no acabaron igual que pronto aparecerían las eternas diferencias castellano-leonesas, zanjadas de momento con el Tratado de Sahagún en 1158 y donde se comprometen a no celebrar pacto con Portugal que se repartirían en cuanto pudiesen (de momento se repartían Extremadura que históricamente era parte de Lusitania), quedaban claras las líneas divisorias entre ambos y lo que les correspondía a cada uno en tierras musulmanas. El 31 de Agosto de 1158 fallecía el rey Sancho III dejando como heredero a su hijo de tres años, el futuro Alfonso VIII. Se hace cargo de la regencia Fernando II.

Por entonces, en las tierras al norte de Sierra de Gata, en el Reino Leonés, la Orden del Temple contaba con veintiuna encomiendas; todas ellas generadoras de recursos con que sostener la mesnada Templaria actuando en vanguardia, y también para enviar socorros a los hermanos templarios de Jerusalén y el resto de Tierra Santa. La más al sur se asentaba en Ciudad Rodrigo (Salamanca), población que Fernando II refuerza en 1161 para defender mejor su frontera con los portugueses y la Trasierra Occidental que tenía un tanto en el aire. La Orden Templaria fue fundada en 1118 por nueve caballeros franceses liderados por Hugo de Payens tras la Primera Cruzada. Su propósito original era proteger las vidas de los cristianos que peregrinaron a Jerusalén tras su conquista. Fueron reconocidos por el Patriarca Latino de Jerusalén, Gormond de Picquigny, el cual les dio como regla la de los canónigos agustinos del Santo Sepulcro. Aprobada de manera oficial por la Iglesia Católica en 1129, la Orden del Templo creció rápidamente en tamaño y poder. Los Caballeros Templarios eran de las unidades militares mejor entrenadas, empleaban como distintivo un manto blanco con una cruz roja dibujada.

En 1166, Coria estaba en manos de Fernando II que la había integrado como señorío a la Iglesia de Santiago, su obispo dependía de la Sede Compostelana y el territorio que regentaba estaba muy limitado pues en la Trasierra estaban los moros y a duras penas se pasaba al Norte por el valle del Árrago, era más seguro ir por Galisteo que hacía frontera con Castilla en la vieja calzada romana de Mérida a Astorga (vía de la Plata). Portezuelo, Ceclavín, Canchos de Ramiro, Racha Rachel, Sequeiros, Milana, Bernardo, Salvaleón, Eljas y Jálama-Trevejo eran la cuña militar árabe formando el frente de defensa de Alcántara. La oposición de los castillos del Norte no molestaba demasiado a Coria, más preocupados sus habitantes de controlar lo que les podía venir del Sur, del otro lado de los Cuestos donde los moros ocupaban prácticamente el valle de la Fresnedosa que defendían desde Portezuelo y Ceclavín. Almenarella (Gata) era menor preocupación de los moros cuya verdadera consigna de la estrategia momentánea era defender Alcántara.

Atraviesa el Rey Fernando II la sierra de Jálama y, por el puerto de Perosín (Puerto de Perales), se lanza como torrente despeñado sobre Extremadura. No le acobardan las fortalezas con que los árabes tenían erizadas las cumbres de Sierra de Gata y otros puntos estratégicos al pie de la misma. Le acompañaban con sus aguerridas tropas las Órdenes Militares del Temple y del Hospital, y también el animoso Obispo de Coria, D. Suero, que en todos los trances de guerra acompañó al Rey. Después de apoderarse de los castillos de Eljas, Trevejo, Salvaleón, Almenara y otros de menos importancia, tomó á viva fuerza, y después de sangrientos asaltos, los de San Juan de Máscoras (Santibáñez el Alto) y Milana, colocado el primero sobre enriscado monte, que domina el territorio de Valdárrago, y el segundo en un repecho entre los riachuelos Arrago y Gata, que se juntan allí en las inmediaciones de Moraleja. Las miras del Rey se dirigían principalmente á Alcántara y Alburquerque, las plazas mejor fortificadas con que contaban los árabes en Extremadura. Con el fin de conquistarlas prosiguió Fernando II su avance hacia la primera, apoderándose al paso de las fortalezas de Santa María de Sequeros, Benavente, Bernardo y Peña de Fray Domingo (todos en o junto la Sierra de Valdecaballos) y la de Peñafiel, junto al río Eljas y frente a la población portuguesa de Segura. Encontró el ejército cristiano desprevenidos á los de Alcántara, y faltos de tropas y bastimentos, por cuyos motivos se rindió á los primeros asaltos. Convertido Alcántara en centro de operaciones, le fué fácil al Rey apoderarse de los castillos de Alconétar y Portezuelo. Con la conquista de éstos aseguró la margen derecha del Tajo, impidiendo así el retroceso de los árabes á la alta Extremadura. Tomó al mismo tiempo el Castillo de Esparragal, no lejos de Valencia de Alcántara, dando así un atrevido paso de avance hacia Badajoz, con cuya conquista soñaba.

El 10 de julio de 1168 Fernando II involucra a la Orden del Temple en la guerra contra el Islam y la subsiguiente tarea de Reconquista, otorgando para ello algunos castillos en primera línea de los recientemente ocupados, entre la Sierra de Gata y Alcántara; éstos fueron Santibáñez de Mázcoras (actual Santibáñez el Alto), Torremilanera o Milana (en la confluencia de los ríos Gata y Arrago), Castel Bernardo, Benavente de Sequeros y Peñafiel. El término de Cilleros queda bajo mandato Templario. La Orden del Temple procedió a remodelar y fortificar los castillos que le habían sido asignados. En el año 1168, pleno de confianza en los servicios de la Orden el rey Fernando II, le otorga la ciudad de Coria con todo su término, como agradecimiento por haber sido la vanguardia de las tropas cristianas en estas tierras y haber regado con la sangre de sus frailes soldados todos y cada uno de estos rincones alto-extremeños. Al año siguiente, 1169, Fernando II gana la ambicionada ciudad de Cáceres y probablemente la poco menos importante y estratégica Alburquerque. Motivo suficiente para que el monarca dotara con cuatro fortalezas más a los Templarios: Portezuelo, Alconétar, Cabezón y Esparragal, que sumadas a las anteriores daba una notable cifra de fortalezas en la Trasierra.

Un hecho de relativa importancia para el futuro desenvolvimiento del Temple había tenido lugar en Portugal el año anterior (1169). Ese año el rey portugués Alfonso I firmó con la Orden del Temple un pacto de mutua ayuda. Como consecuencia de él dicha Orden recibió en plena propiedad la mayor parte de la Beira Baja (fronteriza con el reino de León) y gran parte del territorio comprendido entre los ríos Mondego y Tajo. Fernando II entendió rápidamente lo que tal pacto significaba: en caso de confrontación con Portugal podría enfrentarse también a la poderosa Orden del Temple que administraba vastos territorios tanto en León como en Castilla. Remedio: disminuir la importancia de las órdenes no estrictamente leonesas (el Temple y el Hospital) en León; a partir de este momento a ambas se les cederían pocos territorios e incluso se intentó despojarlas de los que ya poseían y más aún cuando se mostraron incapaces de defender las propiedades que se les habían cedido, como veremos inmediatamente.

En 1174, Abu Ya’qub Yusuf (el famoso caudillo almohade de la torre de Bujaco, en Cáceres) partió de Sevilla y condujo una ofensiva almohade de grandes proporciones hacia la Trasierra leonesa, logrando el derrumbe e inmediato retroceso de la fuerza cristiana hasta la ciudad de Coria; incluso Ciudad Rodrigo sufrió un asedio. Pese a la defensa que se supone heroica que hicieron los Templarios, de ellos, quienes no murieron en la lucha, fueron asesinados por el jefe almohade. A partir de entonces, Fernando II ya no renovó la donación de Coria a la Orden de Temple, reteniéndola en su realengo a cambio de algunas compensaciones a los perjudicados por la determinación.

Aunque fueron escasos los años que Cilleros estuvo en manos de los Caballeros Templarios, si marcaron huella de su presencia en la población. A ellos se les atribuye la construcción de la Muralla del Fuerte, en la Plaza del Llano. Formada por grandes bloques de piedra sillar granítica, tenía unos dos metros de altura el la cara norte, que ha sido la que se conservó hasta hace pocos años, el resto de las canterías posiblemente se reutilizaron en la construcción de la Iglesia de Ntra. Sra. de los Apóstoles, ubicada ésta dentro del recinto del Fuerte; la última remodelación de la Plaza del Llano acabó con el pequeño tramo de muralla que quedaba, siendo algunas de las piedras reutilizadas como adorno, otras como parte de muros o incluso algunas enterradas como relleno.

Otros vestigios que quedan de la época del Temple, son las cruces insertadas en un círculo, grabadas en algunas canterías, posiblemente reutilizadas como parte de fachadas, por lo que no se encuentran el su emplazamiento original. Esta cruz, denominada Cruz Paté o Cruz Patada ha sido en su origen, el emblema de los Caballeros Templarios. Los cuatro brazos (más anchos en los extremos) representan los Cuatro Elementos (Tierra, Agua, Aire y Fuego), los Cuatro Evangelistas (San Juan, San Lucas, San Marcos y San Mateo) y las Cuatro Estaciones, como fusión del mundo terreno y el divino, es decir, el carácter a la vez guerrero (mundano) y espiritual (religioso) de la Orden. Se cree que esta fue la primera Cruz que recibieron el 24 de Abril del año 1147 de manos del Papa Eugenio III.

La brusca desaparición de su estructura social dio lugar a numerosas especulaciones y leyendas, que han mantenido vivo el nombre de La Orden de los Pobres Caballeros de Cristo hasta nuestros días.

Ejemplos de Cruz Patada en una fachada de la Calle Francisco Pizarro, Cilleros

Cruz Patada en el dintel de una puerta, Cilleros


Fuentes: Domingo Domené - Historia de Sierra de Gata; Alfonso Naharro - Una historia apócrifa