Los moriscos (palabra que deriva de moro) fueron los musulmanes del Al-Andalus bautizados tras la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502, descendientes de la población de religión musulmana convertida al cristianismo tras la Reconquista de la Península Ibérica. Habitaban principalmente en el Reino de Granada, al haber sido el último reino islámico; en esta región se concentró hasta los años setenta del siglo XVI el mayor contingente morisco, mayoritario y muy escasamente aculturado: hablaban corrientemente el árabe, conocían bien el islam y conservaban la mayor parte de los rasgos culturales que les eran propios: vestido, música, gastronomía, celebraciones, etc.
Años más tarde, Pedro de Deza, presidente de la Audiencia de Granada, emitió un edicto proclamando la Pragmática Sanción el primero de enero de 1567; la abundante población morisca del reino de Granada se alzó en protesta contra ésta, ya que consideraban que limitaba las libertades religiosas y culturales de dicha población. Tras un año de infructuosas negociaciones, la población morisca granadina decidió levantarse en armas en 1568. No recibieron mucho apoyo en la capital granadina, pero la rebelión se extendió rápidamente por la zona de Las Alpujarras; El estallido de la rebelión fue seguido de una oleada de actos de venganza contra los cristianos. La guerra, que comenzó con incursiones y emboscadas típicas de la Guerra de guerrillas, sorprendió a Felipe II con la mayoría de sus tercios combatiendo en la Guerra de Flandes, en los Países Bajos. La rebelión empezó a ser apoyada militar y económicamente desde Argelia (entonces, un protectorado del Imperio Otomano), con el objetivo de debilitar a Felipe II, pasando de los 4.000 insurgentes en 1569 a los 25.000 en 1570, incluyendo algunos elementos Bereberes y Turcos. La Armada Real mandada por Luis de Requesens y Gil de Andrade hubo de movilizarse para traer refuerzos al Ejército y proteger la costa granadina para evitar la llegada de refuerzos otomanos desde el Norte de África. En 1570, ante el grave cariz que tomaba la revuelta, el rey destituyó al marqués de Mondéjar como Capitán General de Granada y nombró en su lugar a su hermanastro don Juan de Austria, quien comandó un ejército regular traído de Italia y del Levante, que sustituyó a la milicia local. D. Juan entró a sangre y fuego en las Alpujarras, donde destruyó casas y cultivos, pasando a cuchillo a hombres y haciendo prisioneros a todos los niños, mujeres y ancianos moriscos que encontraron a su paso. Juan de Austria lograría sofocar la revuelta en la zona de las Alpujarras hacia 1571.
Los moriscos de Granada que sobrevivieron (se estiman unos 80.000) fueron dispersados por orden de Felipe II hacia otros lugares del reino, para evitar otra rebelión. Los habitantes de la ciudad y la Vega de Granada, del Valle de Lecrín, de la Sierra de Bentomiz, de la Ajarquía, de la Hoya de Málaga, de Málaga, de Marbella y de la serranía de Ronda fueron encaminados para ser repartidos entre Extremadura y Galicia. Los de Baza, Huéscar, Guadix y el río Almanzora emprendieron el camino de la Mancha, del reino de Toledo y de Castilla la Vieja. Por último, se transportó por mar a los de Almería y Tabernas a la región de Sevilla. Resulta claro que se quiso dispersar a los moriscos en un amplio espacio. No obstante se observará que toda la zona cantábrica, Provincias Vascas, La Montaña santanderina, Asturias, Galicia no recibieron moriscos en razón a la lejanía sin duda, más que por razones de clima. El contingente enviado a Castilla la Vieja es relativamente reducido. Por el contrario, Castilla la Nueva (Toledo), la Mancha (Ciudad Real, Albacete, Quintanar), Andalucía (Sevilla y Córdoba) reciben más. Extremadura cumple con la media. Sobre la base de estos datos, el gobierno real elaboró un nuevo plan de reparto de moriscos, cuyo detalle viene indicado pueblo por pueblo. Un poco antes se había solicitado de los “corregidores” que enviasen las cifras de población de sus circunscripciones. El plan consistió pues en repartir los moriscos en proporción con la población total; se les enviaba hasta los pueblos más pequeños. Parece ser que la finalidad de esta repartición era descongestionar las ciudades a donde los exiliados tendían naturalmente a afluir.
Diez años después de la repartición se sintió la necesidad de confeccionar nuevas listas de moriscos, pues muchos de ellos habían abandonado el lugar en que se habían inscrito, y cometiendo toda clase de engaños sobre su identidad, habían aprovechado para cometer graves delitos. En seguida salta a la vista el defecto mayor de esta relación de 1581: es incompleta. Varios prelado no se molestaron en elaborar lista. Como es de rigor en esta época, las respuestas carecen de uniformidad. Otras son más confusas, como las de los obispos de Cartagena, Coria y Burgos. El número de moriscos en Alcántara era de 36, 38 en Coria, 14 en Ceclavín, 14 en Zarza la Mayor, y en menor número, 7 en Moraleja, 1 en Gata, 2 en Santibánez el Alto, 1 en Valverde del Fresno y 2 en Villasbuenas de Gata. En Cilleros, al igual que otras poblaciones cercanas, no figura ningún morisco censado. ¿Cuáles son sus enseñanzas? En primer lugar, que la repatriación prevista en 1571 no fue en absoluto respetada. Por regla general, los moriscos no se quedaron en los pueblos pequeños, afluían hacia las ciudades. Se adivinan sus razones: gozaban en ellos de una mayor libertad, encontraban trabajo más fácilmente y se aprovechaban a veces, de la existencia de una comunidad de “mudéjares antiguos”.
Cuando los resultados del censo llegaron a los despachos de la Cámara de Castilla, el gobierno estaba preocupado sobre todo por el peligro que representaban los moriscos valencianos. Pero éste no olvida a los moriscos granadinos. Gran número de ellos había regresado a su país de origen, infringiendo así las órdenes reales. Felipe II dio orden de detenerlos y conmutarles la pena de muerte que pesaba sobre ellos por una condena a galeras. Se llegó a una nueva expulsión, la cual no fue realizada hasta principios del año 1584.
Algunos años más tarde, los moriscos granadinos atrajeron de nuevo la atención del Consejo de Estado. El 29 de noviembre de 1588 el cardenal de Toledo denunció el peligro morisco en Castilla; habían éstos hecho de la ciudad imperial su “alcázar y fortaleza”. Para evitar toda sorpresa, era necesario conocer exactamente su número. El Consejo aprobó ésta propuesta y con objeto de guardar el secreto se decidió encargar a la Inquisición la ejecución de dicho censo. El único resultado de todo ello fue el establecimiento de un nuevo padrón, el de 1589. En conjunto es mucho menos satisfactorio que el de 1581, debido a que las oficinas no han procedido al mismo trabajo de recapitulación. Los nuevos datos proporcionados por esta relación muestran la importancia del nuevo elemento morisco en Sevilla, Valladolid, en parte de Extremadura y de la Mancha. El número de moriscos en Alcántara era ahora de 65, 23 en Coria, 15 en Ceclavín, 17 en Torre de Don Miguel, 10 en Cadalso, y en menor número, 4 en Cilleros y 1 en Gata. En Zarza la Mayor y Moraleja no aparece ahora ningún morisco censado, posiblemente se moviesen hacia las cercanas poblaciones de Alcántara y Cilleros en el caso de los moriscos de Zarza, y Torre de Don Miguel y Cadalso en el caso de los moriscos de Moraleja.
La mayoría de la población morisca, tras más de un siglo de su conversión forzada al cristianismo, continuaba siendo un grupo social aparte, a pesar de que la mayoría de las comunidades habían perdido el uso de la lengua árabe en favor del castellano, y de que su conocimiento del dogma y los ritos del islam, religión que practicaban en secreto, era en general muy pobre. Las tierras ricas y los centros urbanos de esos reinos eran mayormente cristianos, mientras que los moriscos ocupaban la mayor parte de las tierras pobres y se concentraban en los suburbios de las poblaciones. En el caso de los moriscos expulsados a Cilleros esta premisa se cumple; con bastante seguridad se asentaron al noroeste de la población, a poco más de 1 kilómetro de distancia, en unos terrenos en ladera de baja calidad productiva. En la actualidad, se sigue denominando el paraje cillerano con el nombre o topónimo de la procediencia de los moriscos expulsados, Hoya de Málaga, comarca formada por una depresión litoral en la confluencia de los ríos Guadalhorce y Guadalmedina, en la actual provincia de Málaga, y sobre la que se asienta la ciudad de Málaga capital.
El clima entre cristianos y moriscos se fue enrareciendo con el tiempo, hasta el punto que se les reprochaba por todo; en resumen, se les detesta por ser demasiado laboriosos y poco gastadores (actitud totalmente contraria a la seguida por los numerosos hidalgos de la época).
El 9 de abril de 1609 Felipe III tomó la decisión de expulsar a los moriscos. Pero el proceso podía suponer problemas debido a la importancia en factores de población de dichos habitantes. Se decidió empezar por Valencia, donde la población morisca era mayor y los preparativos fueron llevados en el más estricto secreto. Desde comienzos de septiembre, tercios llegados de Italia tomaron posiciones en el norte y sur del reino de Valencia y el 22 de ese mes el virrey ordenó la publicación del decreto. La aristocracia valenciana se reunió con representantes del gobierno para protestar por la expulsión, pues ésta supondría una disminución de sus ingresos, pero la oposición al decreto fue disminuida ante la oferta de quedarse con parte de la propiedad territorial de los moriscos. A la población morisca se le permitió llevarse todo aquello que pudiesen, pero sus casas y terrenos pasarían a manos de sus señores, con pena de muerte en caso de quema o destrucción antes de la transferencia.
A partir del 30 de septiembre fueron llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron obligados a pagar el pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al norte de África, donde en ocasiones fueron atacados por la población de los países receptores. A principios de 1610 se realizó la expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos catalanes. La expulsión de los moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho más dispersos tras haber sido repartidos en 1571 por el reino después de la rebelión de las Alpujarras. Debido a esto, a la población morisca se le dio una primera opción de salida voluntaria del país, donde podían llevarse sus posesiones más valiosas y todo aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la expulsión duró tres años (de 1611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir la expulsión y permanecieron en España.
La expulsión de un 4% de la población puede parecer de poca importancia, pero hay que considerar que la población morisca era una parte importante de la masa trabajadora, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados. Por tanto, esto supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Muchos campesinos cristianos además veían cómo las tierras dejadas por la población morisca pasaban a manos de la nobleza, la cual pretendía que el campesinado las explotase a cambio de unos alquileres y condiciones abusivas para recuperar sus “pérdidas” a corto plazo.
Años más tarde, Pedro de Deza, presidente de la Audiencia de Granada, emitió un edicto proclamando la Pragmática Sanción el primero de enero de 1567; la abundante población morisca del reino de Granada se alzó en protesta contra ésta, ya que consideraban que limitaba las libertades religiosas y culturales de dicha población. Tras un año de infructuosas negociaciones, la población morisca granadina decidió levantarse en armas en 1568. No recibieron mucho apoyo en la capital granadina, pero la rebelión se extendió rápidamente por la zona de Las Alpujarras; El estallido de la rebelión fue seguido de una oleada de actos de venganza contra los cristianos. La guerra, que comenzó con incursiones y emboscadas típicas de la Guerra de guerrillas, sorprendió a Felipe II con la mayoría de sus tercios combatiendo en la Guerra de Flandes, en los Países Bajos. La rebelión empezó a ser apoyada militar y económicamente desde Argelia (entonces, un protectorado del Imperio Otomano), con el objetivo de debilitar a Felipe II, pasando de los 4.000 insurgentes en 1569 a los 25.000 en 1570, incluyendo algunos elementos Bereberes y Turcos. La Armada Real mandada por Luis de Requesens y Gil de Andrade hubo de movilizarse para traer refuerzos al Ejército y proteger la costa granadina para evitar la llegada de refuerzos otomanos desde el Norte de África. En 1570, ante el grave cariz que tomaba la revuelta, el rey destituyó al marqués de Mondéjar como Capitán General de Granada y nombró en su lugar a su hermanastro don Juan de Austria, quien comandó un ejército regular traído de Italia y del Levante, que sustituyó a la milicia local. D. Juan entró a sangre y fuego en las Alpujarras, donde destruyó casas y cultivos, pasando a cuchillo a hombres y haciendo prisioneros a todos los niños, mujeres y ancianos moriscos que encontraron a su paso. Juan de Austria lograría sofocar la revuelta en la zona de las Alpujarras hacia 1571.
Los moriscos de Granada que sobrevivieron (se estiman unos 80.000) fueron dispersados por orden de Felipe II hacia otros lugares del reino, para evitar otra rebelión. Los habitantes de la ciudad y la Vega de Granada, del Valle de Lecrín, de la Sierra de Bentomiz, de la Ajarquía, de la Hoya de Málaga, de Málaga, de Marbella y de la serranía de Ronda fueron encaminados para ser repartidos entre Extremadura y Galicia. Los de Baza, Huéscar, Guadix y el río Almanzora emprendieron el camino de la Mancha, del reino de Toledo y de Castilla la Vieja. Por último, se transportó por mar a los de Almería y Tabernas a la región de Sevilla. Resulta claro que se quiso dispersar a los moriscos en un amplio espacio. No obstante se observará que toda la zona cantábrica, Provincias Vascas, La Montaña santanderina, Asturias, Galicia no recibieron moriscos en razón a la lejanía sin duda, más que por razones de clima. El contingente enviado a Castilla la Vieja es relativamente reducido. Por el contrario, Castilla la Nueva (Toledo), la Mancha (Ciudad Real, Albacete, Quintanar), Andalucía (Sevilla y Córdoba) reciben más. Extremadura cumple con la media. Sobre la base de estos datos, el gobierno real elaboró un nuevo plan de reparto de moriscos, cuyo detalle viene indicado pueblo por pueblo. Un poco antes se había solicitado de los “corregidores” que enviasen las cifras de población de sus circunscripciones. El plan consistió pues en repartir los moriscos en proporción con la población total; se les enviaba hasta los pueblos más pequeños. Parece ser que la finalidad de esta repartición era descongestionar las ciudades a donde los exiliados tendían naturalmente a afluir.
Diez años después de la repartición se sintió la necesidad de confeccionar nuevas listas de moriscos, pues muchos de ellos habían abandonado el lugar en que se habían inscrito, y cometiendo toda clase de engaños sobre su identidad, habían aprovechado para cometer graves delitos. En seguida salta a la vista el defecto mayor de esta relación de 1581: es incompleta. Varios prelado no se molestaron en elaborar lista. Como es de rigor en esta época, las respuestas carecen de uniformidad. Otras son más confusas, como las de los obispos de Cartagena, Coria y Burgos. El número de moriscos en Alcántara era de 36, 38 en Coria, 14 en Ceclavín, 14 en Zarza la Mayor, y en menor número, 7 en Moraleja, 1 en Gata, 2 en Santibánez el Alto, 1 en Valverde del Fresno y 2 en Villasbuenas de Gata. En Cilleros, al igual que otras poblaciones cercanas, no figura ningún morisco censado. ¿Cuáles son sus enseñanzas? En primer lugar, que la repatriación prevista en 1571 no fue en absoluto respetada. Por regla general, los moriscos no se quedaron en los pueblos pequeños, afluían hacia las ciudades. Se adivinan sus razones: gozaban en ellos de una mayor libertad, encontraban trabajo más fácilmente y se aprovechaban a veces, de la existencia de una comunidad de “mudéjares antiguos”.
Cuando los resultados del censo llegaron a los despachos de la Cámara de Castilla, el gobierno estaba preocupado sobre todo por el peligro que representaban los moriscos valencianos. Pero éste no olvida a los moriscos granadinos. Gran número de ellos había regresado a su país de origen, infringiendo así las órdenes reales. Felipe II dio orden de detenerlos y conmutarles la pena de muerte que pesaba sobre ellos por una condena a galeras. Se llegó a una nueva expulsión, la cual no fue realizada hasta principios del año 1584.
Algunos años más tarde, los moriscos granadinos atrajeron de nuevo la atención del Consejo de Estado. El 29 de noviembre de 1588 el cardenal de Toledo denunció el peligro morisco en Castilla; habían éstos hecho de la ciudad imperial su “alcázar y fortaleza”. Para evitar toda sorpresa, era necesario conocer exactamente su número. El Consejo aprobó ésta propuesta y con objeto de guardar el secreto se decidió encargar a la Inquisición la ejecución de dicho censo. El único resultado de todo ello fue el establecimiento de un nuevo padrón, el de 1589. En conjunto es mucho menos satisfactorio que el de 1581, debido a que las oficinas no han procedido al mismo trabajo de recapitulación. Los nuevos datos proporcionados por esta relación muestran la importancia del nuevo elemento morisco en Sevilla, Valladolid, en parte de Extremadura y de la Mancha. El número de moriscos en Alcántara era ahora de 65, 23 en Coria, 15 en Ceclavín, 17 en Torre de Don Miguel, 10 en Cadalso, y en menor número, 4 en Cilleros y 1 en Gata. En Zarza la Mayor y Moraleja no aparece ahora ningún morisco censado, posiblemente se moviesen hacia las cercanas poblaciones de Alcántara y Cilleros en el caso de los moriscos de Zarza, y Torre de Don Miguel y Cadalso en el caso de los moriscos de Moraleja.
La mayoría de la población morisca, tras más de un siglo de su conversión forzada al cristianismo, continuaba siendo un grupo social aparte, a pesar de que la mayoría de las comunidades habían perdido el uso de la lengua árabe en favor del castellano, y de que su conocimiento del dogma y los ritos del islam, religión que practicaban en secreto, era en general muy pobre. Las tierras ricas y los centros urbanos de esos reinos eran mayormente cristianos, mientras que los moriscos ocupaban la mayor parte de las tierras pobres y se concentraban en los suburbios de las poblaciones. En el caso de los moriscos expulsados a Cilleros esta premisa se cumple; con bastante seguridad se asentaron al noroeste de la población, a poco más de 1 kilómetro de distancia, en unos terrenos en ladera de baja calidad productiva. En la actualidad, se sigue denominando el paraje cillerano con el nombre o topónimo de la procediencia de los moriscos expulsados, Hoya de Málaga, comarca formada por una depresión litoral en la confluencia de los ríos Guadalhorce y Guadalmedina, en la actual provincia de Málaga, y sobre la que se asienta la ciudad de Málaga capital.
El clima entre cristianos y moriscos se fue enrareciendo con el tiempo, hasta el punto que se les reprochaba por todo; en resumen, se les detesta por ser demasiado laboriosos y poco gastadores (actitud totalmente contraria a la seguida por los numerosos hidalgos de la época).
El 9 de abril de 1609 Felipe III tomó la decisión de expulsar a los moriscos. Pero el proceso podía suponer problemas debido a la importancia en factores de población de dichos habitantes. Se decidió empezar por Valencia, donde la población morisca era mayor y los preparativos fueron llevados en el más estricto secreto. Desde comienzos de septiembre, tercios llegados de Italia tomaron posiciones en el norte y sur del reino de Valencia y el 22 de ese mes el virrey ordenó la publicación del decreto. La aristocracia valenciana se reunió con representantes del gobierno para protestar por la expulsión, pues ésta supondría una disminución de sus ingresos, pero la oposición al decreto fue disminuida ante la oferta de quedarse con parte de la propiedad territorial de los moriscos. A la población morisca se le permitió llevarse todo aquello que pudiesen, pero sus casas y terrenos pasarían a manos de sus señores, con pena de muerte en caso de quema o destrucción antes de la transferencia.
A partir del 30 de septiembre fueron llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron obligados a pagar el pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al norte de África, donde en ocasiones fueron atacados por la población de los países receptores. A principios de 1610 se realizó la expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos catalanes. La expulsión de los moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho más dispersos tras haber sido repartidos en 1571 por el reino después de la rebelión de las Alpujarras. Debido a esto, a la población morisca se le dio una primera opción de salida voluntaria del país, donde podían llevarse sus posesiones más valiosas y todo aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la expulsión duró tres años (de 1611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir la expulsión y permanecieron en España.
La expulsión de un 4% de la población puede parecer de poca importancia, pero hay que considerar que la población morisca era una parte importante de la masa trabajadora, pues no constituían nobles, hidalgos, ni soldados. Por tanto, esto supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Muchos campesinos cristianos además veían cómo las tierras dejadas por la población morisca pasaban a manos de la nobleza, la cual pretendía que el campesinado las explotase a cambio de unos alquileres y condiciones abusivas para recuperar sus “pérdidas” a corto plazo.
Localización de la Hoya de Málaga |
Fuente: Geografía de la España morisca - Henri Lapeyre
0 Comentarios