- Señor Melones...
- Adelante, vecino. ¿De dónde?
- Soy de Cilleros.
- ¿De Cilleros?
- Si; y fusilero, pa servir a Dios y a usted.
- Gracias. No te conozco.
- No me extraña; usted no me ha visto en campaña; es esta la primera vez.
- Y ese pueblo, ¿qué es?
- Un lugar de mil vecinos, muchas tabernas, casinos, la mar de moralidad; gentes rústicas, sencillas, algún tanto presumidas, un poquitín altaneras y porque no falte nada, hasta con visos de fieras.
- ¡¡Jesús, cuánta barbaridad!! Y, ¿dónde está?
- De la parte allá del Tajo, debajo de las estrellas; de Talamanca más abajo y a una punta de la Sierra.
- Bueno; y, ¿qué clase de aires te traen por estas tierras?
- A rogarte, a suplicarte, en nombre de mis paisanos, pares los pies a San Pedro, que nos mira como a esclavos.
- No te metas con San Pedro, quien, según tengo entendido, está muy bien en el cielo.
- Mal andas de entendederas; no me refiero a ese Pedro.
- Pues, ¿a quién entonces, dí?
- A Don Faustino Silvela, digo, Rodríguez; el que está al frente de la Instrucción.
- ¿Militar?
- ¡Otra que Dios! ¡No, hombre, no! La que se da en las escuelas.
- Y, ¿qué quieres que le diga?
- Que hace lo menos doce meses que estamos sin profesor, que a nuestros chicos enseñe el santo temor de Dios; la gramática, aritmética, la geografía, la historia, y sobre todo, el catón que corre casi pareja con la incultura, con la carencia de ciencia, con la ausencia de finura y falta de religión.
- De modo, que tu quieres...
- Melones, yo quiero que San Pedro no nos pase por debajo de la cruz de sus pantalones.
- Estás chusco.
- Aunque bruto, como los de allá, comprendo que es una verguenza, una irracionalidad privar de su derecho a un pueblo y tratarle cual si fuera un país por conquistar. Que el maestro propietario está inútil; otro habrá; que nombren un interino y con éste nos quedamos todos contentos y en paz. El gobernador es sordo, como sorda lo es también la misma Junta Provincial; por eso, casca, casca a San Pedro, y que él nos remedie el mal.
- ¿Lo oye usted, Don Faustino? Terminemos, largue el maestro interino a los chicos de Cilleros. ¿No quiere más?
- Por hoy basta, Melones.
- Pues da a la parienta expresiones.
- Mil gracias. Adiós.
- ¡Adiós! (Aparta.) ¡Vaya una lata! Ya son horas que te marches y me dejes descansar.



Fuente: El Fusil: Seminario Radical, Siglo II. Año XI, Disparo 510 (Madrid, 13 de Junio de 1908)