El pueblo de Cilleros, en la provincia de Cáceres, el mayor de los que integran el partido judicial de Hoyos, se halla sumido en la más completa desesperación. Hace más de tres años que sus habitantes vienen experimentando todo linaje de adversidades. Los propietarios han visto, en tan corto periodo de tiempo, bajar sus rentas casi en absoluto, debido por una parte a las malas cosechas de aceituna, efecto de estar sus olivos atacados por la enfermedad vulgarmente llamada “mosca o palomilla”, y a que su viñedo totalmente desapareció por la filoxera, sin que nadie en la Prensa, en el Parlamento ni en ninguna parte haya levantado su voz, siquiera para hacer desaparecer las contribuciones. ¿Obedecerá tal vez a que, como no tiene representación en Cortes este distrito, se le quiere también castigar con tributos indebidos? Los labradores, cansados de preparar sus tierras y de gastar en abonos para ellas indicados, ven con pena que no cogen ni la simiente. Los ganaderos han tenido la doble desgracia de ver perecer sus ganados y de experimentar los menos infortunados una notable disminución en el precio de las carnes; y los proletarios, faltos de trabajo, demandan recursos a los que ellos tienen por ricos; pero éstos se encuentra en la imposibilidad de facilitárselos porque los han de menester para subvenir a las necesidades más apremiantes de sus familias.
Sufridos y obedientes a las leyes estos vecinos, apenas han exhalado una queja, porque su carácter, tan sencillo como modesto, se aviene mal con esas ruidosas manifestaciones de que otros suelen hacer lujoso alarde, obteniendo con ellas inmensos beneficios; pero la paciencia y resignación tienen sus límites, y no es cuerdo, prudente, ni avisado someterlos a repetidas y duras pruebas.
Como en todas las partes se les cierran, y al ver en lontananza un invierno tétrico y demasiadamente negro, infinidad de vecinos abandonando sus más caras afecciones, se disponen a emigrar a Buenos Aires (Argentina), a unirse con los 200 y pico hijos de Cilleros que por las mismas causas allí residen desde hace dos años, creyendo los infelices que al abandonar su patria querida podrán de su trabajo mandar algún recurso a sus familias, que muchas de ellas quedan bajo los horrores del hambre.
Conviene mucho, en circunstancias azarosas como las actuales, emplear todos los medios legales para extirpar el mal si es posible, y, no siéndolo, hacer cuanto sea dable para disminuir su intensidad. Para ello será necesario que los Poderes Públicos procurasen remediar este mal, empezando como medida preventiva, por ordenar la continuación del camino vecinal de esta villa a Moraleja, con lo que se lograría primeramente solucionar en parte la crisis obrera, dando trabajo a muchos jornaleros, y luego, si no terminar ese camino (con lo que ganaría mucho esta comarca, y principalmente este pueblo), al menos ponerlo en condiciones de tránsito.
El Ayuntamiento de esta villa, y a instancia del concejal conservador D. Abelardo Sánchez, acordó por unanimidad dirigirse al Gobierno en súplica de recursos, indicando el remedio antes expuesto: la continuación del camino vecinal, debiendo obrar ya en poder del señor director general de Obras Públicas certificación de tal acuerdo. ¿Se nos concederá lo tan necesaria y justamente pedido, o se estrellará todo ante la apatía de los gobernantes?
Guiado el que suscribe por sentimientos nobles y humanitarios, y deseando evitar conmociones y trastornos que algún día no lejano pudieran producirse con el terrible incentivo del hambre, acudo oportunamente al ilustrado y popular diario ABC, para que, haciéndose éste eco de la opinión pública, lleguen sus clamores a quien puede remediar tan triste estado de cosas y vea en las precedentes líneas el fiel reflejo de la apuradísima situación de este vecindario. Al suplicar al Gobierno fije su vista protectora en él, más que gracia deban justicia, más que justicia reclamo compasión.
Pedro Mateos
Cilleros, 8 de Agosto de 1912.
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