Implantada en el medio rural, la villa, es un modelo arquitectónico, donde se combina el otium (ocio) del propietario y de su familia y la vertiente productiva, basada en el rendimiento agropecuario, orientada esencialmente a la autosuficiencia, y a la comercialización de los excedentes. Era la zona de residencia, temporal o permanente, de varias decenas de personas que mantenían algún tipo de lazo de dependencia con el dominus.


La villa formaba parte del ideario de vida del ciudadano romano. La gran oligarquía, y cualquier ciudadano anónimo, aspiraba a tener una villa. Lugar de representación y prestigio que caracterizaba el paisaje rural, la “ciudad en el campo”. Sobre este modelo pivotaba el espacio agrario. Se erigían, buscando buenos accesos, en las inmediaciones de las redes viarias más relevantes. Para los propietarios era trascendental la elección del terreno. Optaban por bellos paisajes en las tierras más fértiles, junto a cursos de agua, o en una zona que ofreciese grandes recursos naturales. La villa de Valdelascasas se asentaba en un terreno de dehesa de buena calidad, entre los arroyos del Riscal y de la Vega de la Mina, y próxima a la calzada que unía Cellarium con las minas de oro del río Eljas y Civitas Igaeditanorum (Idanha-a-Velha, Portugal).

El yacimiento, inventariado en la Carta Arqueológica de Cilleros (YAC74638), cuenta aproximadamente con 4 hectáreas de superficie, está situado en un cerro de escasa altura. En la zona más al norte de dicho cerro se localizan abundantes mampuestos de pizarra, materiales latericios romanos (principalmente tégula), algo de escoria de fundición, carbón enterrado, un yunque de hierro y restos cerámicos como un fragmento de borde de dolia. Aquí se localizaría la zona residencial, talleres o algunos edificios de carácter agrícola y ganadero: lagares, almacenes de grano, establos, etc.

Restos en superficie de la villa

Las únicas estructuras visibles en superficie son algunas tumbas rupestres labradas en la pizarra, correspondientes al posterior periodo altomedieval. Pero sí sabemos, por varios testimonios orales, de la ubicación exacta de una necrópolis tardorromana soterrada, situada en un terreno ligeramente amesetado entre las confluencias de dos pequeños arroyos estacionales. Se trataría de un cementerio asociado a la explotación rural de la villa, posiblemente encuadrad en la Antigüedad Tardía, entre los siglos III y V d.C.

El primero de los testimonios nos cuenta cómo siendo pequeño el protagonista, por la década de 1950, llegó a desenterrar unas siete tumbas excavadas en la tierra, 6 de ellas de lajas, con paredes y tapa de losas de pizarra y una correspondiente a un niño pequeño, también excavada en la tierra pero con paredes interiores de mampuestos de curacita blanca; las sepulturas tenían como único ajuar utensilios cerámicos, afirmando que tenía constancia de que habían sido previamente expoliadas. Otro testimonio, nos cuenta como un hermano del anterior testigo encontró una tumba también con ajuar cerámico, tras hundirse el terreno a su paso con un tractor.

En primer plano, la zona ocupada por la necrópolis

Las tumbas de estas necrópolis solían tener una tipología sencilla aunque variada. Disponían desde fosas simples excavadas directamente en tierra hasta lajas de piedra con ataudes de madera, pasando por cajas de tégulas (tejas planas romanas). El color de la tierra en la zona de la necrópolis es mucho más clara que en el resto del terreno, quizás se deba a la utilización de tégulas en la construcción de las mismas que han acabado descomponiendose después de tantos años de laboreo del terreno. Era también habitual encontrarse algún tipo de ajuar en la inhumaciones, normalmente situado a los pies del difunto o junto a la cabeza. Suele tratarse de enseres personales de la vida cotidiana, ornamientos a veces de gran calidad (fíbulas, broches de cinturón, collares, pendientes, pulseras, brazaletes, colgantes, anillos y otros objetos) o los propios recipientes que se utilizaron en el banquete funerario, que fueron colocados junto al cadáver con comida y bebida para acompañar al difunto en su último viaje.

Gracias a las fuentes literarias se conocen los detalles del ritual y sus diferentes etapas. Comenzaba con la purificación del sepulcro o suffitio, un rito de agua y fuego. En la misma jornada se realizaban ofrendas o libaciones en honor a los dioses Manes y se llevaba a cabo un banquete funerario o silicernium, en el que vivos y muertos participaban. Previamente se había realizado el sacrificio de la porca praesentanea (sacrificio de una cerda delante de los asistentes como elemento purificador tanto para el difunto como para la familia) que era consumida durante el banquete.

Recreación de una escena funeraria