Cual acontece a la mayoría de las fortalezas medievales, la de Trevejo se halla muy deteriorada en la actualidad; más, ello no obstante, afloran en su solar trozos de muralla, paredones y otros restos suficientes que nos permiten precisar, con muy aproximada exactitud, sus principales elementos constructivos.


Si examinamos el plano que inserta, se aprecia la existencia de dos recintos principales; el interior, circundando la vieja plaza de armas, anexo a la torre del Homenaje o castillo propiamente dicho, cuyo acceso facilitaba un curioso puente levadizo; y el más exterior, que rodea casi completamente, y a modo de barbacana, al anteriormente señalado, constituyendo entre ambos la auténtica y primitiva fortaleza. De la cerca exterior han desaparecido ya totalmente los muros que figuran en el gráfico con líneas rectas y perpendiculares, debido a que fueron hechas con piedra seca; pero lo lienzos que aparecen marcados con líneas negras y continuas, fabricados con fuerte y escogida piedra sillar, permanecen todavía en pie, aunque aportillados y descabezados en toda su longitud. Le sirven de asiento y cimientos, en la mayor parte de su contorneado trayecto, enormes bloques de granito, cuya disposición natural fue hábilmente aprovechada por el constructor.


En el área de la barbacana solamente se puede localizar el lugar preciso de la dependencia destinada al Cuerpo de Guardia. Junto a ella hay un agujero, perfectamente circular, a través del cual se descubre una excavación en el subsuelo rellena casi totalmente de cascotes, cuyo examen predispone a admitir la existencia de un aljibe; pero tal creencia la hemos de coger con reservas, precisamente por el lugar de su emplazamiento. No nos parece descabellado, sin embargo, suponer que se trate de un embudo destinado a recibir las aguas procedentes, en caso de lluvia, del foso y plaza de armas para abastecer el indudable aljibe que debía existir en los subterráneos del castillo.

El recinto interior circundaba, como hemos dicho, la indispensable plaza de armas, que ofrecía la particularidad de tener adosados, en los ángulos formados por sus lienzos de naciente y mediodía, algunas dependencia habitables, a juzgar por la estratégica ventana con asientos de piedra laterales, la alacenita labrada en el muro y los indicios evidentes que aún se conservan. Y si ello era así, resultaba pequeño el espacio destinado a ejercicios en la plaza de armas; lo que viene a confirmar la creencia general de que la guarnición del castillo de Trevejo siempre fue muy reducida.

Dominando todo el conjunto se alzaba airosa y pujante su única torre, de contorno pentagonal, de la que restan hoy solamente tres de sus muros y algunos lienzos de los otros dos, amenazando desplomarse. Constaba de dos cuerpos, más un andén o terraza que la coronaba con protectoras almenas de sillería, cuyas piedras estaban acopladas en escalón, resultando, por tanto, muy fuertes e interesantes. La fábrica de esta torre, llamada del Homenaje, como la de los paredones fundamentales del fuerte, es toda a base de piedras de granito, auténtica sillería escrupulosamente labrada, cuya consistencia revalorizaba extraordinariamente las defensas.


Divide el interior de la torre del Homenaje un fuerte muro medianero que todavía cumple su misión; y debido a su existencia y a los otros tres que se apoyan y arrancan de él en posición transversal, puede determinarse la disposición de las cuatro cámaras o departamentos en que está dividido el primer cuerpo o parte baja de la torre, habitaciones situadas al mismo nivel que el solar de la plaza de armas y que debían corresponder a idéntica o parecida división en el cuerpo superior, si bien este extremo no puede confirmarse, por que ha desaparecido la tabiquería y la techumbre que separaba la dos plantas y la que sostenía el andén o terraza. Una y otra descansaban sobre resistente artesonado, según parecen indicar los apoyos y agujeros de las vigas abiertos en los muros respectivos y a la altura conveniente. Entre el citado muro medianero y la fachada que mira hacia el septentrión, la existencia de dos tabiques, que aún se sostienen casi íntegros, dividen el espacio en tres estancias correspondientes a cada uno de los pisos o plantas aludidos, y recibían luz por sus ventanas o troneras. En las amplias paredes aún se abren, aunque resquebrajadas y faltas de algunos de sus elementos, varias ventanas de formas distintas y tamaños diversos, algunas troneras de gran diámetro exterior par que fuera mayor su radio de acción, y en la cara interior se ven, asimismo, restos de escalera de piedra adosada, alacenas, asientos de pequeñas y auxiliares habitaciones, y una a modo de hornacina, a veinte centímetros del suelo, excavada en fuerte muro transversal de granito, que es en realidad una letrina, cuyo tubo cerámico de desagüe no está obstruido y parece acoplado en fecha reciente.


Pero bien seguro que lo que más llama la atención en la parte interior del paredón que mira al naciente y en el tercer compartimento es la existencia de dos campanas de piedra, labradas por mano maestra, correspondientes a otras tantas chimeneas, abiertas en pisos diferentes, pero superpuestas y con un tubo o conducto para la salida de humos, que es común a ambas. Es igualmente digno de notar que la tabiquería interior y todas las paredes importantes de esta fortaleza, aparecen revestidas por sus dos caras con piedra de sillería de pulida traza; pero en los muros exteriores, de gran grosor, sujeta dichos sillares el consabido fuerte mortero de cal y canto.

En el primer recinto, parte izquierda de la planta baja, hay un gran socavón por haberse hundido el techo en las galerías que, formando intrincado laberinto, discurren por el subsuelo del castillo, y a donde se descendía por escalera de piedra en caracol que está ya soterrada. Desde el sótano del castillo partía un pasillo, subterráneo, interceptado al poco trecho por una fuerte puerta provista de cerrojo y llena de clavos; rebasando este obstáculo, avanzaba dicho pasadizo por la entraña del cerro durante un largo trayecto que precisaba un cuarto de hora para ser recorrido, y pasando por debajo de las casas de la villa, seguía hasta terminar en una abertura que, cual boca de infernal caverna, aun enseña sus oscuras y tenebrosas fauces entre peñascos de muy regular tamaño. Actualmente y partiendo del exterior, solo unos pocos metros se pueden recorrer del lóbrego antro, por los inconvenientes del hálito frío, humedad y tierras movedizas que impiden el paso y lo obstruyen casi del todo en algunos puntos de su trayecto. Los habitantes de la villa dan a esta subterránea galería el nombre de Lapa de la sierpe; y la llaman así porque según tradición, cierto caballero cautivo en los sótanos del castillo de Trevejo consiguió la libertad siguiendo la dirección de una culebra que se deslizó a través de aquel desconocido y oscuro pasadizo de escape, cuya existencia impedía el aislamiento de la parte más cardinal de la fortaleza.


En la actualidad aparecen cegados estos primitivos recintos abiertos bajo los cimientos de la torre, y únicamente las alimañas y los chiquillos (éstos con el peligro de sus vidas), se atreven a penetrar por los agujeros y hendiduras que amenazan aprisionar al atrevido que decide pasar a su través. Tales subterráneos son indicio cierto de que la fortaleza fue, en un principio, castro o puesto fortificado de auténtico valor real como reducto defensivo y seguro.

Se inició la ruina en la gran mole del fuerte de Trevejo a finales del siglo XVIII, y fueron precisamente los acontecimientos bélicos de nuestra guerra de la Independencia los que, según determinado cronista, contribuyeron a su ruina y abandono. Confirma esta referencia el hecho cierto de que, en 1728, el castillo de Trevejo aún tenía guarnición, y, por lo mismo, y dado su estado actual, cabe admitir que fue volado y derruido intencionadamente por los franceses. Completose su ruina años más tarde al arrancar de sus muros las magníficas piedras labradas que le daban belleza y solidez.




Fuentes: Velo y Nieto, - Castillos  de Extremadura