A partir del 6.000 a. C. comienza el Neolítico en la Península Ibérica, que abarcará hasta el año 3.000 a. C. con la llegada de la Edad de los Metales. Al igual que en el resto de Europa, es sobre todo un desarrollo procedente del exterior, principalmente de Oriente Próximo, que irá penetrando hacia el interior a través del mar Mediterráneo, entre el VI y IV milenios, fusionándose con los rasgos autóctonos de cada región.

En este periodo, sobre todo desde las fases avanzadas del mismo, la ocupación humana del territorio cillerano y serragatino se hizo más estable, continuada y sistemática, a lo cual no fueron ajenas ni las nuevas tecnologías que permitían explotar recursos agropecuarios ni tampoco la propia capacidad del medio físico para ofrecer dichos recursos susceptibles de ser explotados.

Las nuevas condiciones climáticas y ambientales surgidas después de las oscilaciones y periodos fríos del Paleolítico Superior, dieron paso al actual clímax medio ambiental sobre el que el hombre empezó poco a poco a incidir con las nuevas tecnologías de explotación. A los cambios medio-ambientales, tecnológicos y económicos, hay que unir los sociales, que discurrieron de forma interconectada a las demás transformaciones dando lugar a la aparición de la organización especializada del trabajo, a la estructura reglada de las normas de convivencia, a los excedentes de bienes con los que se consolidó el comercio e intercambio de productos, a la complejidad del comportamiento social y al desarrollo de ideologías elaboradas, entre otras cosas. En suma, unas nuevas formas de relación hombre-medio y hombre-hombre, que es lo que marcó el paso de los cazadores recolectores a las sociedades productoras.

Las primeras comunidades neolíticas en Cilleros debieron asentarse en abrigos (Santa Olalla) y pequeños poblados al aire libre. Posiblemente fueron pequeños grupos aun no articulados en patrones de asentamiento estratégico y con una limitada capacidad de acción sobre el medio físico. Mejor definida está ya otra serie de asentamientos encuadrados en el Neolítico Final situados preferentemente en la orilla de los ríos, con entornos de gran capacidad agrícola. Se trata de pequeños poblados al aire libre, de ocupación tal vez solo estacional, que proporcionan un instrumental claramente relacionado con las actividades agrícolas. Un claro ejemplo lo tenemos en el yacimiento del Castillejo, en Villasbuenas de Gata; allí encontramos un pequeño poblado, rodeado por una débil muralla, más o menos circular, que fue habitado hace casi 5000 años.

Poblado de El Castillejo, Villasbuenas de Gata

La ganadería fue la actividad predominante en la mayor parte de las zonas, dadas las propicias condiciones del terreno. Las diferentes tareas agrícolas y ganaderas provocaron una mayor especialización y la división del trabajo, y con ello las diferencias sociales. Se desarrollaron útiles agrícolas, como las azadas, hoces y molinos de mano, y adquirieron un gran desarrollo de los instrumentos de madera, asta y hueso, pero sobre todo se extendió la cerámica, que fue primordial para la conservación de los alimentos y su cocción.

A partir del año 4000 a. C. comienza una segunda fase neolítica, de expansión por casi toda la Península Ibérica. En esta cultura predominaba la agricultura, y los restos funerarios demuestran que se trataba de una sociedad dividida en grupos sociales, posiblemente a través del trabajo. Pero fue durante el Neolítico Medio y Final, en torno al 3700 a. C., cuando se desarrolló un especial fenómeno de gran alcance y perduración que hundió con fuerza sus raíces en la actual Extremadura. Nos estamos refiriendo al Megalitismo.

El Megalitismo constituyó un fenómeno cultural, pero no una cultura en el sentido antropológico del término. Muchas culturas prehistóricas participaron del fenómeno megalítico, el cual se plasmo de manera fundamental en los ámbitos de comportamiento funerario y religioso. En nuestra comarca la representación megalítica más genuina la constituyen los dólmenes, o sea, sepulcros colectivos levantados con grandes bloques de piedra y cubiertos por túmulos de piedra y tierra. No tenemos constancia de construcciones de este tipo en nuestra población, aunque si en las proximidades: los más conocidos son los dólmenes existentes en el término de Hernán Pérez (el "Chanquero" y el "Matón") y el dólmen "Pata de Buey" que se encuentra al sur de la Sierra de Valdecaballos, en el actual término de Zarza la Mayor. Menos conocidos es el dólmen de El Palancar, en Valverde del Fresno. Sólo conservan en pié tres losas, la cubierta fue destruida con barrenos por buscadores de tesoros. Y los restos del dolmen de As Malhás, en San Martín de Trevejo. En un olivar quedan esparcidas por el suelo y adosadas a los paredones del huerto grandes lajas de granito que debieron formar la cámara megalítica de este panteón colectivo.  Hay seis lajas graníticas de entre dos metros y medio y tres que hincadas en el suelo formaron la pared de la cámara sepulcral, igualmente dos grandes losas que debieron ser la cubierta. Este dolmen sería una pequeña cámara poligonal similar a la de Valverde y a los muchos existentes en Extremadura y Portugal. 

Dólmen Pata de Buey, Zarza la Mayor
Otra forma, la más sencilla de monumento megalítico, es el menhir. Consiste en una piedra por lo general alargada, en bruto o mínimamente tallada, colocada de modo vertical y con su parte inferior enterrada en el suelo para evitar que caiga. Los menires son más escasos en nuestra tierra que los dólmenes, pero contamos con un buen ejemplo en Cilleros con el llamado menhir de Las Suertes.



Fuentes: La Historia de Extremadura; Domingo Domené - Historia de los hombres de Sierra de Gata.