En Cilleros no es habitual encontrar tumbas excavadas en roca que correspondan a enterramientos infantiles, por lo que esta tumba ubicada en la Era Clara es una excepción . Y es que, si llegar a conocer las costumbres, creencias y rituales funerarios genéricos llevados a cabo por y para nuestros antepasados subadultos y adultos se nos antoja de partida como una tarea ardua y dificultosa, tratar de entrever a través de éstos la concepción que de los infantiles tenía una sociedad es un propósito que podemos calificar de ambicioso, cuanto menos, si tenemos en cuenta que los niños, especialmente los de menor edad, están en situación de dependencia respecto a sus progenitores y, por tanto, su representatividad social queda en gran medida enmascarada o limitada por el mundo de los adultos, que sólo les concede un reconocimiento de forma progresiva y pautada.

Durante el Bronce Final y Edad de Hierro, a pesar de que son pocas las huellas que podemos encontrar de las prácticas funerarias que los pueblos protohistóricos realizaban ante la muerte, el tratamiento que se daba al cadáver es, precisamente, uno de los aspectos más fáciles de identificar y más característicos. Así pues, podemos decir que el ritual más generalizado en esta época fue la incineración, salvo en algunos casos de inhumaciones infantiles, restringidos en general a individuos menores de uno o dos años. La disposición de los enterramientos suele agruparse bien en la zona central del espacio habitacional (generalmente relacionados con el hogar), bien en la parte trasera del recinto; o bien, como es más común, adosados a los muros de las viviendas y depositados en pequeñas fosas practicadas en los suelos de las mismas. En relación con la disposición de los cuerpos, éstos suelen enterrarse de manera individual, predominando las posturas flexionadas (con los brazos en forma de V y las piernas recogidas) y recostada (que se distingue de la primera en la diferente disposición de los miembros superiores y en el débil recogimiento de las piernas), siendo la posición tumbada muy rara.

Posteriormente, en el mundo romano, la disposición de los enterramientos suele agruparse en el interior de los distintos recintos a los que daba acceso el patio central de la vivienda o siguiendo la alineación de cualquiera de los muros del recinto doméstico, estando depositados en pequeñas fosas o cubetas excavadas bajo el nivel del pavimento o en reducidas cistas. En cuanto a la disposición de los inhumados, éstos suelen enterrarse de manera individual, predominando la postura fetal o decúbito lateral, seguida de la decúbito supino, siendo ésta última más excepcional. Las orientaciones parecen, en un principio, estar más determinadas por la orientación del muro que por la significación de carácter ritual. Para el resto de la comunidad se mantendrá la costumbre paralela de inhumación y de incineración (visiblemente prioritaria). Será ya en época bajoimperial, al menos desde el siglo IV d. C., cuando se aprecie un cambio notorio respecto al tratamiento funerario. Éste se manifiesta en la generalización de la inhumación individualizada en necrópolis (abandonando la práctica de la cremación) de mayores y niños. Este fenómeno imbricado dentro de unos territorios plenamente romanizados y de la mano, muy posiblemente, de nuevas creencias de tipo religioso no terminó, sin embargo y como veremos a continuación, con la costumbre de enterrar a ciertos individuos infantiles (especialmente neonatos) dentro de los poblados y en relación con estructuras habitacionales.


Durante época medieval, la forma funeraria más habitual continuó siendo la inhumación individual (o doble a lo sumo) tanto para adultos como subadultos, observándose una tendencia a homogeneizar las prácticas rituales. Llama la atención a este respecto, que en las sepulturas infantiles se coloque a las criaturas de lado, en posición de dormir, cuando la posición normal de adultos y subadultos en las necrópolis cristianas era la de boca arriba, con el cuerpo estirado; este hecho, parece sugerir en sí mismo un tratamiento especial (un cuidado) hacia los más pequeños. Igualmente, se evidencia que los recién nacidos e infantiles eran enterrados junto a un considerable número de objetos que habían sido colocados durante el proceso de lavado y preparación del cuerpo en el hogar y que en su mayoría son interpretados como amuletos con función protectora o relacionados con el trabajo doméstico femenino; y se ha demostrado en gran número de yacimientos de todo el occidente europeo un especial cuidado en la ubicación de sus sepulturas en cementerios e iglesias (en torno a la pila bautismal o agrupados en un lugar especial -muros o extremos de las naves-, por ejemplo).

Ya en la Edad Moderna y Contemporánea, había una parte en el cementerio no bendecida (normalmente situada en una esquina) llamada limbo o linboa (como el lugar al que iban las almas de los no bautizados) dedicado a niños nacidos muertos o fallecidos sin bautizar, ya que no se les consideraba cristianos. Respecto al ritual que allí se practicaba se sabe que, generalmente, era el padre de la criatura el que le daba sepultura con ayuda del enterrador u otro familiar o allegado. La asistencia al funeral solía ser restringida y rara vez acudían más de dos personas; asimismo no se realizaba ceremonia alguna ni oficios religiosos, y en la mayoría de los casos el sacerdote no estaba presente. Otro dato, es que a los niños nacidos muertos o fallecidos sin bautizar no se les solía dar sepultura en un ataúd, sino envueltos en paños o introducidos en rudimentarias cajas de madera o cartón. Tenemos constancia, en contraposición a la falta de ceremonia de los inhumados en el limbo, de que cuando eran enterrados en la casa o en sus cercanías (huerto), sí se realizaban algunas prácticas rituales: aunque igualmente se les solía enterrar envueltos en un trapo o tela blanca, al darles sepultura siempre depositaban algunas flores y se dedicaba algún rezo. El patente desinterés manifestado por la Iglesia ante las almas de estos niños no bautizados parece estar directamente vinculado a la continuidad de esta práctica diferencial. Los padres creerían, en cierto modo, estar brindando a estos niños la protección que las instancias eclesiásticas se negaban a ofrecer o un amparo similar dentro del seno familiar.



Fuente: Los enterramientos infantiles en contextos domésticos en la Cuenca Alta/Media del Ebro - Teresa Martinez