Si bien un poco antes de comenzar la novillada de la Monumental veíase escaso público, poco a poco fue afluyendo gente a los tendidos, hasta el punto de cuajar una entrada más que regular cuando el señor presidente ocupó su palco y daba principio la fiesta.
Jugáronse en ella cinco reses de don Ángel Pérez García, con sangre procedente de lo de Gamero Cívico, divisa amarilla y encarnada y enclavada la ganadería en la dehesa «La Suerte», del término de Cilleros (Cáceres), y una, lidiada en tercer puesto, con divisa azul, encarnada y amarilla, perteneciente a la vacada de don Antonio Pérez.
El encierro, toros más que novillos, aunque pequeños, resultó así:
- El primero, flacón, bien puesto de cuerna y débil de remos, protestó se de salida y llevó dos varas.
- El segundo, corretón, sacudido de carnes más cuerna y venciéndose del derecho, aguantó otras dos.
- El tercero, terciado, con buenas defensas y noble embestida, sufrió dos puyazos.
- El cuarto, de mayor tamaño, gordo, de abierta y corta cuerna, mansurroneó mucho y a la postre pusiéronsele dos refilonazos y dos varas.
- El quinto, terciado y de mala embestida por su mansedumbre, recibió una vara y un refilonazo.
- Y el sexto, terciado y bien armado, toleró tres varas, con codicia suma la primera de ellas.
El valiente cuanto bullicioso espada granadino Rafael Mariscal se convirtió, con el asenso público, en el héroe de la tarde, ya que ninguna de las dos reses que despachó fue al desolladero con las orejas completas. Veroniqueó lucidamente su primero, y en el tercio de quites destacó Rodríguez Caro con unas chicuelinas muy buenas. Entre una ovación brindó Mariscal a su compañero Joaquín Bernadó, quien, acompañado por sus padres, asistía al espectáculo desde una barrera del 1, y el de Granada ligó una faena muy torera y amenizada por la música, comenzada con dos pases de tanteo, a los que siguieron tres naturales, uno por alto, cinco naturales, un afarolado, dos naturales, un molinete, tres de espaldas, dos naturales y cinco por alto. Terminó con el novillo de un volapié superior, y después de recibir una de las orejas del cornúpeta dio la vuelta a la circunferencia y salió a los medios. Al quinto de la función saludole con tres verónicas y media, que se jalearon; ocurrió igual con su quite, Por chicuelinas, siendo malamente revolcado Rodríguez Caro al iniciar el suyo con el capotillo a la espalda. Brindó Mariscal al gentío, y también sonando la música tejió con la franela una brava labor, a base de naturales, derechazos y molinetes. Como final de su brillante actuación arreó un volapié en la yema, cortó una oreja, recorrió el ruedo, salió a los medios y, finalizada la corrida hubo de ser paseado por la arena, lo mismo que Recondo, en hombros de los "capitalistas".
De azul y plata vestía Antonio Rodríguez Caro, muchacho espigado y con más cara de colegial que de torero, nacido hace dieciocho años en Castellón de la Plana. En el primero que a continuación le correspondiera, veroniqueó bien, hizo un quite de frente por detrás muy estimable y luego tomó las banderillas. Dejó un par caído, luego otro desigual y al fin uno bueno. Se le aplaudió la voluntad únicamente. Brindó al graderío, y dio cuatro ayudados por alto, uno de pecho, seis naturales, de ellos tres puros castellonenses por lo buenos, uno de cabeza a rabo, cuatro naturales, uno de pecho, siete naturales corriendo muy bien la mano y justamente oleados, uno por alto y tres "orteguinas". Con el acero no parecía de Castellón, ya que pinchó dos veces antes de dejar una estocada corta. No tropezó con el descabello hasta el quinto intento, pero como la faena había sida tan torera como queda relatada, la multitud obligó al diestro a salir a los medios para ovacionarle. Creo haber olvidado consignar que el cuarto toro pegó al diestro de que me vengo ocupando un tan fuerte golpe en el lado izquierdo del pecho al realizar un quite, que todos pensamos que requeriría el pase a la enfermería. No ocurrió así, por fortuna, y con una ducha propinada desde el callejón y un trago de agua, el muchacho pareció quedar listo. Y así fue, en efecto. Ya con luz artificial salió el último novillo a la arena, donde Rodríguez Caro lo prendió en su capote con unos lances plenos de voluntad. Con la misma decisión tornó a empuñar los garapuños, y después de clavar de frente un soberbio par, dejó otro que no se sostuvo en el toro, cerrando el tercio un peón. Con la franela mostrose el muchacho tan valiente como en su enemigo anterior, pero sin el garbo ni el arte que en aquél tan soberbiamente resplandecieran. Su disculpa, si la precisase, seria el sentirse afectado por el fuerte golpe que el cuarto novillo le infiriera en el pecho, pero la cuestión es que la faena fue hecha a base de derechazos, un solo natural y otros pases, que si valerosos, en efecto, estaban ayunos de eficacia. Dio también varios rodillazos, y finalmente, y entrando con valor, deja media estocada alta, que fue escupida por la res, y logró descabellar al tercer golpe.
Comenzó la corrida a las cinco y media de la tarde y concluyó a las siete y veintinueve minutos de la noche.
Fuente: La Vanguardia, 10/09/1954.
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