El siglo XIX resultó un periodo harto complicado y convulsivo para la Iglesia católica. Las frecuentes revoluciones y sus duras medidas de carácter generalmente, antieclesiástico, las decisiones políticas unilaterales que acabaron con costumbres y formas de vida pluriseculares, la nacionalización de bienes de las diócesis y de los religiosos, la expulsión de los miembros de las congregaciones religiosas, el monopolio estatal de la enseñanza y tantas otras decisiones radicales en esta misma línea, redujeron la presencia social de la Iglesia de manera drástica. Durante más de un siglo, la iglesia atravesó el desierto de la incomprensión, de la marginación y de la descalificación.
El Papa León XIII (1878-1903) se propuso recristianizar la sociedad y el mundo contemporáneo. Estaba persuadido de que la libertad de la Iglesia y su posible influjo dependían no tanto de la política sino de la vitalidad de las asociaciones y obras católicas. El Papa estaba convencido de que la situación política francesa y los demás regímenes liberales era irreversible, pero consideraba que su actitud antieclesiástica podía ser corregida.
Durante el siglo XIX, los católicos españoles, y los cilleranos en particular, permanecieron divididos entre dinásticos y carlistas a los largo del siglo, y esta división enfrentó al clero con sus obispos, envenenó la vida de la prensa confesional y limitó gravemente la proyección pública de los católicos.
León XIII fue consciente de la debilidad de la Iglesia española e insistió en la necesidad de restablecer la unidad de los católicos bajo la dirección de la jerarquía. Era urgente que los católicos, especialmente el clero, se sometieran a sus obispos y desarrollarán una acción común. Los diversos pareceres políticos no podían desembocar en rivalidades y divisiones, sino que debían ser integrados en el bien superior de la iglesia.
Por solicitud del obispo de Coria, Luis Felipe Ortiz y Maestre, desde primeros de agosto de 1889 recorrían los pueblos de Sierra de Gata los padres Tarín y Ortega, de la Compañía de Jesús, esparciendo la semilla de la palabra divina y recogiendo frutos de santidad y fervor.
Para coronar de un modo digno la obra de resurrección del espíritu religioso en aquellos habitantes de una manera tan providencial por las santas misiones, se concibió el pensamiento de celebrar, con todo el esplendor y magnificencia posible, una Misa de Campaña coincidiendo con la fiesta de Nuestra Señora del Rosario (6 de Octubre), convocando al efecto todos los pueblos visitados por los padres misioneros, para que concurriesen en devota peregrinación al pueblo de Acebo, que entre todos reunían las mejores condiciones para el feliz éxito del proyecto. Secundado el pensamiento por los padres y reverendos Curas párrocos de las localidades serranas, fue acogido con entusiasmo en toda la comarca, ansiosa de ver llegar el momento en que, reunidos bajo la protección de la Virgen Santísima y en torno de su Pastor, que desde la capital de la Diócesis se trasladó a Acebo para asistir a la peregrinación.
Una "misa de campaña" se refiere a una misa que se celebra al aire libre, ya sea específicamente para fuerzas armadas o, de forma más general, para una gran cantidad de personas reunidas en un entorno externo, como en procesiones, celebraciones religiosas o eventos comunitarios. No es un tipo de misa diferente en su contenido, sino en su ubicación, la cual se adapta para congregar a muchos fieles en un lugar no eclesiástico.
Cuenta la prensa escrita de la época que como aquel día 6 de octubre de 1889, jamás los quebrados y difíciles caminos de la Sierra se habían visto tan concurridos, ni sus altas y cortadas montañas habían sentido repetir el eco de coros tan numerosos que sin casar, participaban en religiosos cantares. El templo parroquial de Acebo estaba invadido desde la víspera por numerosos peregrinos, que llegaban a purificar sus conciencias en el santo tribunal de la Penitencia; y el ilustrísimo señor Obispo, estuvo confesando toda la tarde y parte de la noche, acompañado de varios sacerdotes.
Desde las tres de la madrugada del día 6, empezaron a llegar las numerosas peregrinaciones de los distintos pueblos del contorno, con sus estandartes a la cabeza, dirigiéndose a la iglesia parroquial de Acebo, entonando himnos religiosos, donde, en las misas que sin interrupción se sucedían, recibieron la sagrada comunión muchos de los seis mil peregrinos que llegaron. Acudieron los pueblos de Gata, Torre de Don Miguel, Valverde del Fresno, Villasbuenas, Hoyos, Perales, Cadalso y Cilleros, con numerosas personas de otros pueblos de la Diócesis y aún fuera de ellas, como Villamiel y San Martín de Trevejo, de la Diócesis de Ciudad Rodrigo.
"En medio de atronadores vivas entraron todos en Acebo, comunicando su entusiasmo a cuantos los veían llegar, recibiéndoles con cariñosas manifestaciones; pero lo que ya levantó los ánimos en entusiasmo indescriptible fue la llegada de los de Cilleros, quienes, en número de más de dos mil, correctamente formados, cantando con armónico concierto el popular himno "Firme la Voz, serena la mirada" se abrían majestuosamente paso entre la muchedumbre que invadía las calles todas de la población, dirigiéndose a la casa del señor Cura, habitación del ilustrísimo Obispo para tener el gusto de recibir la bendición de su Pastor. Acogida con afabilidad la comisión que pasó a saludarle manifestándole el deseo de los romeros, su ilustrísima accedió gustoso a sus pretensiones, saliendo al balcón para dirigirles cariñosas frases y explicarles brevemente la altísima significación del acto que realizaban en aquel instante, pintándoles a grandes rasgos la situación triste y aflictiva de la iglesia y del Pontificado, y la necesidad de agruparse los verdaderos católicos en torno de la Cátedra de Pedro para endulzar con su adhesión las amarguras que siente el bondadoso corazón de León XIII."
El Obispo fue aclamado. La ceremonia resultó solemne y brillantísima, y se dieron vivas a la Unión Católica y a León XIII.
Fuentes: La Unión Católica (23/10/1889); León XIII y la vida política europea - Juan María Laboa.
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