Durante siglos, mucho antes de la mecanización industrial, la producción de aceite y vino dependió de ingenios cuya simplicidad y eficacia sorprenden todavía hoy: las prensas de viga de tornillo o husillo. Estos dispositivos, presentes desde época romana y utilizados hasta bien entrado el siglo XIX, representan un hito en la historia de la tecnología aplicada al mundo rural.
La estructura básica de estas prensas consistía en una gran viga de madera —a menudo de varios metros de longitud— que actuaba como brazo de palanca. En uno de sus extremos se situaba un punto de apoyo fijo, mientras que en el extremo opuesto se instalaba un tornillo de madera, también llamado husillo, cuyo giro permitía elevar o descender la viga con enorme fuerza. Entre la viga y la plataforma inferior se colocaba la carga a prensar: capachos repletos de oliva o montones de uva. El tornillo, generalmente tallado en una sólida pieza de encina, era accionado con palancas o barras transversales. Su rosca transformaba el movimiento de giro en presión vertical, lo que permitía exprimir al máximo la pulpa. Cuanto más descendía la viga, mayor era la compresión lograda.
Pero el verdadero corazón de estas prensas estaba en los contrapesos, elementos claves para incrementar la eficiencia del sistema. Estos pesos, normalmente piedras talladas o bloques de gran tamaño suspendidos del extremo de la viga, actuaban multiplicando la fuerza ejercida por el tornillo. Su masa añadida garantizaba un descenso continuo y poderoso, manteniendo la presión de manera prolongada y uniforme. En muchos casos, los contrapesos podían superar fácilmente varias centenas de kilos.
Uno de estos contrapesos lo podemos encontrar reaprovechado en la pared exterior del almacén que hay junto al cementerio municipal. Se trata de un contrapeso cilíndrico, recortado en dos de sus lados para lograr mejor asiento. Tiene un hueco circular de 22 cm de diámetro para encaje del tornillo y solamente es visible uno de los rebajes para los anclajes laterales. La pieza posiblemente procede de alguno de los lagares de vino ubicados en la población (los lagares de aceite solían ubicarse en los márgenes de los arroyos para aprovechar la energía hidráulica), que en número de siete se registraron en el Catastro de Ensenada, del año 1753:
Asimismo hay en esta villa siete lagares de vino, dos propios de don Carlos Isidro Girón, uno situado en la calle del Horno Viejo que le producirá a el año quince de vino y el otro situado en la calle de los Molinos que le producirá a el año ocho; otro de don Juan Mateos, presbítero, situado en la calle de la Fuente; otro de Domingo Pérez Criado situado en la calle Derecha; otro de Juan Obregón Pérez situado en El Viñal; otro de Francisco Obregón Mateos, situado en la calle de la Iglesia, y a cada uno de los cuatro le regulan de producción cada año quince arrobas de vino; y el otro de Benito Sánchez Luengo, situado en la calle de la Iglesia a el que no le consideran utilidad por no estar en uso.
Estas prensas combinaban materiales locales, técnicas tradicionales de carpintería y principios físicos universales. Su durabilidad era notable: algunas permanecían en funcionamiento durante generaciones. Además, su diseño evolucionó con el tiempo, integrando mejoras como refuerzos metálicos o sistemas de rodamientos rudimentarios.
Hoy, aunque sustituidas por tecnologías modernas, las prensas de viga de tornillo o husillo perviven en museos etnográficos, bodegas históricas y almazaras restauradas. Son testimonio vivo de una época en la que la ingeniería nacía de la observación, la experiencia y la creatividad campesina. Y recuerdan que, incluso sin motores ni electricidad, la humanidad fue capaz de diseñar máquinas extraordinariamente eficientes.
Fuente: Los lagares rupestres cacereños. De sus probables orígenes a una certeza - Gregorio Francisco González y Antonio González Cordero.





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