Los calvarios constituyen uno de los elementos más característicos del paisaje religioso tradicional en numerosas poblaciones españolas. Su origen se remonta a la difusión, a partir de la Baja Edad Media y especialmente durante la Edad Moderna, de las prácticas devocionales vinculadas a la Pasión de Cristo, impulsadas en gran medida por las órdenes religiosas y por la religiosidad popular. Estos espacios no solo cumplían una función litúrgica, sino que también adquirieron un notable valor simbólico, social y territorial, integrándose de forma permanente en la configuración del entorno urbano y periurbano de los pueblos.

Desde el punto de vista formal, el calvario solía estar compuesto por tres cruces, una central más alta y dos laterales de menor tamaño, evocando el episodio del Gólgota, Jesucristo crucificado entre los dos ladrones Dimas y Gestas, aunque en muchos casos se complementaba con un Vía Crucis marcado por estaciones dispuestas a lo largo de un camino procesional. Dichas estaciones podían materializarse mediante cruces de piedra, pilares, hornacinas o sencillas marcas, dependiendo de los recursos económicos de cada comunidad.

Nuevo Calvario de Cilleros

La ubicación de los calvarios respondía a criterios simbólicos muy definidos. Era habitual situarlos en lugares elevados, en cerros o montes cercanos al núcleo urbano, o bien en los accesos al pueblo, estableciendo un recorrido penitencial que reproducía de manera alegórica el camino de Cristo hacia el Calvario. Esta disposición reforzaba la dimensión espiritual del esfuerzo físico y la ascensión, elementos centrales en la práctica devocional.

En el término municipal de Cilleros se conserva un claro testimonio de esta tradición a través del topónimo Monte Calvario, situado a aproximadamente 600 metros al oeste de la iglesia parroquial. La permanencia de esta denominación indica la existencia histórica de un espacio destinado al culto o, al menos, profundamente vinculado a las prácticas religiosas populares relacionadas con la Pasión. Aunque en la actualidad no se conserven restos materiales que permitan identificar con precisión la configuración original de este calvario, la toponimia constituye una fuente histórica de gran valor. En muchos casos, estos nombres de lugar han sobrevivido a la desaparición física de las construcciones, manteniendo viva la memoria de su función original dentro de la comunidad.

Junto a este posible y desaparecido calvario periférico, consta por testimonios y alguna antigua fotografía, que a mediados del siglo XX existía otro calvario en la esplanada entre la iglesia y el cementerio, quizás con las cruces del desaparecido Monte Calvario, pero este ya integrado ya en el entramado urbano de Cilleros. Este tipo de calvarios, más accesibles, facilitaban la participación de la población en los actos litúrgicos y devocionales, especialmente en contextos de progresiva transformación social y urbana.

La posterior desaparición de este calvario se inscribe en un proceso más amplio de pérdida de elementos del patrimonio religioso popular, frecuente durante el siglo XX, motivado por cambios urbanísticos, abandono de prácticas tradicionales o falta de conciencia patrimonial.

Ejercicios espirituales junto al antiguo Calvario de Cilleros

En fechas recientes, la reconstrucción del calvario junto a la iglesia supone un significativo ejercicio de recuperación histórica y simbólica. Más allá de su función religiosa, esta actuación contribuye a restituir un elemento identitario del paisaje cultural de Cilleros y a reforzar la continuidad entre pasado y presente.

La función principal de los calvarios se manifestaba de forma especialmente intensa durante la Semana Santa, periodo en el que adquirían un protagonismo central en la vida religiosa de las poblaciones. El Vía Crucis, que rememora las catorce estaciones del camino de Cristo hacia la crucifixión, se realizaba habitualmente siguiendo el itinerario que conducía al calvario, última de las estaciones, convirtiendo el espacio en un escenario de profunda carga simbólica.

Estación XI del Vía Crucis junto a la iglesia de Nª Sª de los Apóstoles

Estas celebraciones no solo tenían un carácter litúrgico, sino también comunitario, ya que implicaban la participación colectiva de los vecinos, reforzando los vínculos sociales y la identidad local. En pueblos como Cilleros, el recorrido hacia el calvario, ya fuera el situado en el monte o el próximo a la iglesia, formaba parte de un calendario ritual transmitido de generación en generación.

El estudio de los calvarios permite comprender mejor la relación entre religión, territorio y sociedad en el ámbito rural. En Cilleros, la existencia del Monte Calvario, el recuerdo del antiguo calvario desaparecido y su reciente reconstrucción constituyen diferentes fases de una misma tradición, adaptada a los cambios históricos sin perder su significado esencial.


Nuevo Calvario de Cilleros


Fuentes: Cilleros ni más ni menos.