Hablar de industrialización en la Extremadura del siglo XVIII puede parecer, a primera vista, una contradicción. No hubo fábricas humeantes, ni grandes máquinas, ni ciudades transformadas por el ritmo del vapor. Y, sin embargo, la industria existía. Era modesta, silenciosa y profundamente rural. En pueblos como Cilleros, en plena Sierra de Gata, esa industria tomó la forma de oficios artesanos que sostenían la vida cotidiana y complementaban una economía eminentemente agraria.

La imagen que hoy tenemos de una Extremadura atrasada o al margen del desarrollo industrial se construyó en el siglo XIX, cuando otras regiones tomaron la delantera. Pero si retrocedemos al siglo XVIII y observamos con atención fuentes como el Catastro de Ensenada, descubrimos un territorio más complejo, donde la ausencia de fábricas no significaba ausencia de actividad productiva.

A mediados del siglo XVIII, la provincia de Cáceres era, sin duda, una tierra de agricultores y ganaderos. La mayoría de sus vecinos vivían del campo y dependían de las cosechas, los rebaños y los recursos forestales. Sin embargo, junto a esta base agraria se desarrollaba un entramado de oficios artesanos sin los cuales la vida rural habría sido inviable.

Herreros, zapateros, tejedores, carpinteros o tejeros no trabajaban para mercados lejanos ni producían en serie. Su función era otra: abastecer al propio pueblo y a su entorno inmediato. Esta forma de industria, pequeña y dispersa, era una respuesta lógica a un territorio con escasa acumulación de capital, malas comunicaciones y un mercado limitado. Extremadura desarrolló una industria subordinada a la agricultura, concebida como complemento y no como motor autónomo del crecimiento. Ese rasgo, visible ya en el siglo XVIII, marcaría su trayectoria durante más de dos siglos.

Dentro de la provincia, la Sierra de Gata ofrecía condiciones especialmente propicias para este tipo de industria rural. El aislamiento relativo, la abundancia de madera, la ganadería y la necesidad de autoabastecimiento favorecieron la pervivencia de numerosos oficios. Aquí, la industria no se concentraba en un barrio ni en un edificio concreto. Se repartía por las casas del pueblo. El taller solía ser una habitación más de la vivienda, y el artesano alternaba su oficio con las faenas del campo según la época del año. Esta combinación de actividades era una estrategia de supervivencia, no una anomalía.

Marqués de Ensenada

El Catastro del Marqués de Ensenada nos permite asomarnos con detalle a esta realidad. A mediados del siglo XVIII, Cilleros contaba con unos 420 vecinos (cada vecino era una persona física que pagaba impuestos), alrededor de 1.680 habitantes y unas 400 casas. La mayoría se dedicaba al sector primario, pero el peso de la artesanía resulta significativo. Nada menos que 44 personas aparecen vinculadas a actividades del sector secundario, lo que supone en torno a un 14 % de la población activa. Entre ellas encontramos:

  • > trabajadores del textil, dedicados a lienzos y tejidos bastos;
  • > zapateros y oficios del cuero;
  • > herreros, indispensables para la agricultura;
  • > tejeros y artesanos de la cerámica, ligados a la construcción;
  • > y otros oficios manuales agrupados como diversos (carpinteros, etc).

No se trataba de producir excedentes ni de competir con centros urbanos. Se trataba de mantener el funcionamiento del pueblo, reparar herramientas, calzar a la población, construir casas y vestir a sus habitantes.

Si comparamos a Cilleros con otras poblaciones cercanas como Moraleja y Coria, el Catastro de Ensenada nos ofrece una imagen que resulta, cuanto menos, sorprendente desde la perspectiva actual.

A mediados del siglo XVIII, Cilleros era claramente más importante desde el punto de vista demográfico y artesanal que Moraleja. Mientras Cilleros contaba con unos 420 vecinos y alrededor de 1.680 habitantes, Moraleja apenas alcanzaba los 170 vecinos y unos 680 habitantes. También el número de casas era muy superior en Cilleros, lo que refleja una comunidad más consolidada y con mayor peso económico en su entorno inmediato. La comparación industrial refuerza esta idea. En Cilleros se documentan 44 personas dedicadas a oficios artesanales, frente a solo 7 en Moraleja. La diferencia es notable y muestra que, en el siglo XVIII, Moraleja era todavía una población pequeña, muy dependiente del sector agrario y con una diversificación económica limitada.

El caso de Coria es distinto. Con 362 vecinos y unos 1.448 habitantes, era una población de tamaño similar, aunque ligeramente inferior a Cilleros. Sin embargo, su condición de ciudad episcopal y cabeza comarcal marcaba una diferencia cualitativa. Coria concentraba funciones administrativas, eclesiásticas y de servicios que no aparecen reflejadas del todo en las cifras artesanales, pero que le otorgaban una centralidad regional que Cilleros no tenía. En términos estrictamente industriales, Cilleros y Coria presentan cifras muy próximas en el sector secundario (44 artesanos en Cilleros frente a 42 en Coria), lo que subraya el dinamismo económico del Cilleros del siglo XVIII. No obstante, la trayectoria posterior de ambas localidades sería muy distinta.

El contraste con la actualidad es evidente. Hoy Moraleja y Coria superan ampliamente a Cilleros en población y actividad industrial, mientras que Cilleros ha quedado relegado a un papel más secundario dentro de la comarca. Estas diferencias no se explican por la situación del siglo XVIII, sino por los cambios posteriores. La fundación y crecimiento de Moraleja como núcleo planificado en el siglo XIX, su mejor conexión viaria y su papel como centro agrícola y de servicios explican su rápido ascenso demográfico. Coria, por su parte, consolidó su posición como cabecera comarcal y administrativa, atrayendo población y actividades económicas. Cilleros, en cambio, mantuvo durante más tiempo su estructura tradicional, muy ligada a la economía rural y artesanal. El mismo modelo que había sido eficaz en el siglo XVIII se convirtió, con el paso del tiempo, en una limitación frente a un mundo cada vez más urbanizado y mecanizado.

Mirar estas cifras antiguas nos recuerda que el mapa demográfico y económico no es fijo. En el siglo XVIII, Cilleros fue uno de los pueblos más poblados y dinámicos de su entorno inmediato. Que hoy no lo sea no resta valor a su pasado, sino que lo hace aún más digno de ser conocido y comprendido.


Fuente: Santiago Zapata Blanco - La industria de una región no industrializada : Extremadura, 1750-1990. Respuestas Generales del Catastro del Marqués de la Ensenada.